En este estado en el que nos hallamos, no queremos la excepción, deseamos la rutina de nuestra cotidianidad, la añoramos poniendo en valor las cosas más sencillas que teníamos y que se nos han cercenado. Estamos entrando de manera obligada a un mundo virtual, a un consumo virtual, a unas relaciones virtuales por la provocación del miedo hacia el virus pandémico.

El desequilibrio que se está generando es de extrema desolación civil, salvo para los que hacen apología apelando a nuestra sola responsabilidad. El poder político, estos leones de gala dan ejemplo de lo que pueden hacer ellos y la población no. La insolencia, el despotismo, la falta de pudor que emanan de estas actitudes dejan al descubierto la incapacidad de un gobierno, de unos políticos que no actúan con absoluta responsabilidad.

Estamos sufriendo los ciudadanos la falta de previsión e inversión en lo que son los pilares fundamentales de un Estado. Consecuencia de los últimos gobiernos en España, nuestro sistema sanitario lleva varias décadas en estado de alerta por las insuficientes partidas presupuestarias, por lo que ahora nos vemos sin los necesarios recursos y refuerzos humanos para intervenir en esta pandemia con la precisa garantía asistencial. Uno de los avances más revolucionarios es la interacción en el tiempo y en el espacio generada por la tecnología digital, gracias a ella tenemos información directa del sufrimiento del personal sanitario, educativo y de muchos otros colectivos profesionales. Cuando se posiciona desde una exigencia como medida preceptiva, ésta no alcanza, ni de lejos, el nivel presencial en el sistema educativo ni en la asistencia sanitaria, algo imprescindible para el desarrollo funcional. La experiencia educativa del aula virtual durante el confinamiento del curso pasado fue tediosa. La improvisación hizo que escolares y docentes estuvieran perdidos con programas informáticos de andar por casa. La desmotivación se trasmitió a los escolares, se dejaron de ver materias que ahora arrastran con el consabido vacío del conocimiento, si además el gobierno pretende que los alumnos pasen de curso sin límite de suspensos, dejando a los centros la libre interpretación, la formación de los escolares puede tener niveles muy desproporcionados. Para titular académicamente, la ministra Celaá dice que se requerirá «conseguir los objetivos finales de cada etapa» y cuáles son esos objetivos si cada centro tendrá los suyos con sus propios criterios. Más vale que desde la Consejería de Educación del Gobierno de Aragón, junto con la comunidad educativa, pongan sobre la mesa pautas comunes para salvaguardar los conocimientos necesarios que deben adquirir los alumnos, motivando el esfuerzo como garantía de superación en las dificultades que se avecinan.

Las contradicciones en los discursos políticos que estamos viendo generan distopía en nuestra sociedad, crean sistemas perjudiciales e injustos cuando pretenden tener un riguroso control desde el poder estatal, en pos de un supuesto beneficio virtual para el ciudadano, eso conlleva limitar elementos que en un futuro nos harían más libres por la simple progresión aritmética del avance en el conocimiento. Estoy hablando de libertad pero también de sensatez, de confianza y de rendimiento.