El pasado 15 de junio, el PSOE anunció en el Congreso su disposición a estudiar y regular de forma "serena, profunda, amplia y rigurosa" y con "el máximo consenso político y social" la cuestión de la eutanasia. Se trata de una tentativa más de abordar un problema tan delicado y complejo como éste, que de momento ha quedado, una vez más, aparcado hasta mejor coyuntura. Y, sin embargo, la vida, sus circunstancias, su prolongación y su acabamiento, sobre todo en casos extremos y excepcionales, lejos de poder quedar soslayados, mantienen la necesidad y la urgencia de encauzarlos adecuadamente en nombre de la libertad, la dignidad y la calidad de vida.

Nada hay más hermoso que la vida, que en cada instante ofrece un inmenso abanico de posibilidades. La libertad consiste precisamente en poder decidir qué hacer o no hacer en cada caso dentro de ese conjunto de posibilidades. Nadie puede ni debe mostrarse indiferente ante la vida: podemos desarrollarnos como personas, o echarnos a perder miserablemente. De ahí que no podamos eludir la responsabilidad de asumir qué hemos hecho, estamos haciendo y queremos hacer con nuestra vida. Resulta demasiado cómodo echar la culpa a los demás del resultado y las consecuencias de nuestros actos, ya que de cada uno de nosotros depende fundamentalmente el resultado final de nuestras acciones y omisiones. Somos lo que hemos resultado ser libremente.

La vida humana no sólo consiste en estar vivo, sino también en vivir. En otras palabras, además de respirar, comer y dormir, la vida humana requiere una calidad suficiente y digna, pues no sólo somos seres vegetativos, sino también seres racionales, sociales y comunicativos. Para ello se precisa autonomía, libertad, criterio, independencia y capacidad para desarrollarnos con una cierta plenitud como seres humanos. No somos amebas, no somos tenias, no somos rinocerontes, no somos libélulas. Tenemos la necesidad irrenunciable de aspirar a ser felices, y para ello tenemos que proponernos y esforzarnos por movernos en unas condiciones y conseguir unos objetivos que a medio y largo plazo nos permitan ser mejores como personas, individual y socialmente. En algunos casos y en determinadas circunstancias todo ello resulta particularmente difícil e incluso imposible de llevar a cabo.

La vida de cada persona es fascinante y compleja, y suele estar también envuelta en aspectos misteriosos. Hay personas que aman en extremo la vida y es precisamente ese amor a la vida lo que les mueve en un momento determinado, no a querer morir, sino a no querer vivir en esas circunstancias. El acabamiento de una vida siempre resulta doloroso y traumático, pero a veces se lo elige con serenidad, talante positivo y agradecimiento por todo lo habido y sido hasta ese momento. Por encima de cualquier postulado moral, la muerte de un amigo, de un ser querido o de un conocido sobrecoge, sí, pero también vincula recíprocamente las dimensiones más hondas y entrañables de que es capaz un ser humano. Quizá por eso, quienes contemplan y asisten a una decisión de tamaña envergadura deben ante todo tender la mano en silencio, sostener la mirada con cariño y comprender.

REGULAR LA eutanasia no consiste principalmente en evitar posibles abusos, decisiones precipitadas e intereses espurios, sino sobre todo en garantizar a cada persona y a sus seres queridos que la vida y la muerte no tienen por qué renunciar jamás a la calidad de vida, a la dignidad de la existencia, a la autonomía, al intrincado universo de la libertad, de la conciencia, de la responsabilidad ética. No hay que forzar nada ni a nadie. No hay que forzar la muerte, pero tampoco la estricta materialidad de la vida. A fin de cuentas, con la eutanasia todos, quien decide acabar y quienes lo rodean y lo quieren, deberían conseguir ante todo sosiego y conciliación consigo mismo y con el mundo.

Puede haber ocasiones en que el acto supremo de amor a la vida es decidir consumarla y el acto supremo de amor a los allegados es liberarlos del dolor y del sufrimiento irremediables e innecesarios. Puede haber ocasiones también en que el acto supremo de amor a quien (ya) no quiere vivir (así) es facilitarle la senda del acabamiento con cariño, respeto y magnanimidad.

El día que en el Congreso se regule el problema de la eutanasia, con toda seguridad no se habrá perpetrado un atentado contra la vida, sino que, por el contrario, se habrá instituido legalmente otra forma de tener a la vida por lo más valioso del universo.

*Profesor de Filosofía