El volapük es una lengua artificial que, como el esperanto, se inventó para propiciar la comprensión entre las personas de distintos idiomas. A toro pasado, algunos especialistas afirman que como lengua universal era un fracaso cantado debido a su gramática barroca, entre otras importantes cosas. Vamos, que era tan dificilísimo como unir a la Humanidad. Yo le veo el mérito de ser en sí mismo una maravillosa alegoría, pero tal vez eso no esté suficientemente valorado.

Creado en 1879 por el sacerdote alemán Johann Martin Schleyer, el volapük llegó a tener en apenas diez años miles de hablantes, tres congresos y hasta una Academia Internacional -la Kadäm Bevünetik Volapüka-, pero pronto las graves disensiones entre ellos comenzaron a provocar su declive. Me contaban días atrás (se non è vero, è ben trovato) que, hace unos años, en Reino Unido quedaban tan solo tres parlantes, pero que éstos no se dignaban a hablarse entre sí (ni siquiera en inglés, nada que no pase en cualquier pueblo de nuestra España vacía, en determinados partidos políticos o entre puristas de temas variados, incluidos los lingüísticos, así que tampoco juzguemos en exceso) porque unos defendían la innovación de su cruel gramática y otros no y cosicas así. Por resumir: entre los tres sumaban dos facciones enfrentadas más una tercera, que no se pronunciaba. Murió una de las facciones y las dos restantes comenzaron a comunicarse entre ellas y hasta a editar un boletín. Para dos. Con un par (nunca mejor dicho).

La triste y a la vez jacarandosa historia del volapük me hizo pensar en Escrutopo, el personaje que C.S. Lewis creó en 'Cartas de un diablo a su sobrino' y que aconsejaba prudencia en precipitar a los hombres a la perdición y el fracaso, pues el camino más seguro es el que les conduce al averno poco a poco.