Los procesos electorales tienen como efecto colateral dividir aún más a los votantes en corrientes ideológicas de opinión. Todos aquellos que asisten a mítines, corean nombres y eslóganes, alzan brazos o levantan puños están tomando, además de partido, un camino lindante con la intolerancia. Solo lindante, nada más, por el momento; pero, con un simple empujón podrían caer del lado de la intransigencia, y transformar su vehemencia, su rivalidad, su creencia, en armas contra las conciencias y libertades ajenas.

Un riesgo que en la España actual, cada vez más dividida en derechas e izquierdas, en rojos y azules, claramente existe.

Para combatir ese peligroso maniqueísmo y los fantamas guerracivilistas que nunca nos abandonan, conviene pertrecharse con los sólidos conceptos de una democracia esencialmente regida por la tolerancia y la justicia, conceptos que, en la pluma de Voltaire, por ejemplo, venían a ser uno mismo.

El filósofo francés dio a las prensas su célebre Tratado sobre la tolerancia como una reacción contra el caso de los Calas, una familia que había sido literalmente aniquilada por la demagógica reacción de sus vecinos de Toulouse, que vieron insultos a la religión donde no los había, lograron convencer de esas imaginarias blasfemias a los jueces y forzar una sentencia atroz, que condenaría a varios inocentes, padres y hermanos, a severísimas penas. La voz de Voltaire se alzó contra esta injusticia con las armas que él manejaba como nadie: la sabiduría, la lucidez, la claridad expositiva, la suave ironía y, por supuesto, la tolerancia, hasta lograr la revisión de la injusta sentencia.

Para Voltaire, la tolerancia era, por sí misma, la única virtud que en el contexto de las tensiones de una nación podría frenar sus divisiones. Solo la tolerancia inspira la justicia. Solo la tolerancia impide el fanatismo «ese enemigo de la naturaleza». Solo ella regula la convivencia.

Recomendemos a nuestros políticos el Tratado sobre la tolerancia como lectura de cabecera y asimilemos el espíritu volteriano en nuestras relaciones sociales, a fin de recuperar el equilibrio y la armonía de ese gran ser vivo que es nuestro país. No lo desequilibremos ni dividamos más.