Si la estrategia para sobrellevar la pandemia hasta que encontremos un fármaco que nos inmunice se va a apoyar solo en la responsabilidad individual el fracaso está garantizado.

Por mucho que el pacifismo haya trabajado en esa dirección frente a la violencia estructural, haciendo llamamientos a la desobediencia civil no violenta y reivindicando que la fuerza no proviene de la capacidad física sino de la voluntad indomable, no parece que en la práctica haya dado resultados reseñables en la geopolítica internacional. Porque no es la suma de comportamientos individuales por mucho referente espiritual que se profese lo que transforma los asuntos cotidianos de la realidad.

Las campañas de sensibilización con la Dirección General de Tráfico fueron llamativas, pero escasamente eficaces comparadas con la aplicación del carné por puntos, que en sus primeros diez años de vigencia redujo en un 62% el número de fallecidos. Se consiguió con su implantación, y más allá de las evidentes actuaciones coercitivas, un cambio de los hábitos. El mismo objetivo que se buscaba con la aprobación de las leyes antitabaco entre el 2005 y el 2010, que rebajo en un 6% el total de fumadores.

El Voluntarismo, promovido en política por el filósofo liberal clásico, Auberon Herbert, que defiende al gobierno como un agente no iniciador de la fuerza, que solo debe emplearse de manera reactiva para proteger los derechos de la libertad, nunca agredirlos, no consigue transformar sociedades sino dejar al libre albedrío el futuro de los ciudadanos.

Esta corriente libertaria que aboga por la desobediencia civil pacífica y la educación como únicos métodos es utilizada desde las más variopintas posiciones ideológicas a conveniencia, desde la ultraderecha y su confrontación con el Estado regulador al independentismo. Y justo en este momento, necesitamos lo contrario, más intervención, más recursos para las estructuras públicas de supervisión y control de la epidemia, mejores regulaciones acompasadas a su desarrollo, más coordinadas, más claras, más limitadas. La misma carrera que observamos en la escalada de fases, la observamos ahora para trasladar responsabilidades de un ámbito administrativo a otro, dejando así al final de la cadena al ciudadano con el peso de la culpabilidad. Hay muchos comportamientos inadecuados, es cierto, pero la corrección de estos no se conseguirá solo con recomendaciones cambiantes que desalientan a un colectivo instalado en la inevitabilidad de lo peor.