Doce años han pasado volando. Casi diez de ellos han transcurrido en una crisis dura, profunda y demasiado alargada en el tiempo, en la que se ha enmarcado la mayor parte de mi actividad como secretario general de CCOO de Aragón. Los anteriores fueron años de expansión económica, que ya se sabía excesivamente gaseosa. Pero se echaba la mirada hacia otro lado, como si no mirar la tormenta que se acercaba hiciera que nunca fuera a llegar. En Aragón todo esto venía aderezado con la inducción de esa alegría colectiva, con esa sensación, para algunos, de que ese chollo de la Expo en Zaragoza iba a cambiar para siempre, y por una vez en positivo, el futuro de nuestra tierra. La Expo nos dejó una ciudad algo más apañada, un nuevo parque grande, y un buen número de edificios que, en buena medida, han configurado una zona casi fantasma al norte de la gran ciudad.

La resaca del sueño de crecimiento sin fin, también nos dejó un enorme solar, troceado para la especulación, al sur, donde las grúas de pronto quedaron inmóviles. Y miles de personas paradas que, estadísticamente, empezaron a contar unos pocos meses después que en el resto del país. El espejismo se fue desvaneciendo. También acabaron pronto las veleidades teóricas sobre la refundación amable del capitalismo. Y los verdaderos proyectos para las reformas no tardaron en dejarse notar. Sus consecuencias tampoco.

Si la actividad sindical ha sido siempre dura, aun en los mejores tiempos, en todos estos años se han multiplicado los frentes. Atender los despidos individuales que no dejaban de crecer. Miles de expedientes de regulación de empleo, en los que conseguir las mejores condiciones para miles de personas afectadas, procurando al mismo tiempo la continuidad de las empresas, salvando el mayor empleo posible. Defender condiciones laborales colectivas e individuales en infinidad de empresas en las que los empresarios exigían cada vez más. La crisis apretaba. Impagos, alargamientos de jornada, falta de seguridad laboral, economía sumergida...

Reformas laborales. Destrucción masiva de empleo. Recortes sociales. Parados de larga duración. Jóvenes con tasas de desempleo insufribles. Planes de emancipación triturados. Economías familiares destrozadas. Hipotecas impagables. Desahucios. Aumento de la pobreza y de la brecha social.

Algunos siguen haciéndose ricos mientras miles de familias tienen a todos sus miembros en el paro y otros miles no tienen ningún ingreso en casa. Planes de rescate, sí. Pero para el sector financiero, que tiene buena parte de responsabilidad de todo este sarao. Y mientras, para los más vulnerables, el paro de larga duración, la disminución de prestaciones sociales y los negros nubarrones que no dejaban avistar un futuro algo, ni tan solo un poquito, esperanzador. Algunos, unos pocos, no lo han vivido, ni en su piel ni en la de las gentes de su entorno. Pero ha sucedido, sucede.

En todo este tiempo, en el sindicato, la preocupación, la tarea colectiva, el análisis, la elaboración de propuestas realistas para salir de esta y disminuir el sufrimiento de los nuestros, las personas lo primero... Y la movilización. Para forzar la negociación, siempre para conseguir suavizar las graves agresiones a nuestras gentes, para en momentos de recortes conseguir recursos para los más débiles, en tiempos de leyes morzada y criminalización de la huelga ampliar libertades. Campañas de difamación contra el hecho sindical; a muerte contra el sindicalismo, que es la última trinchera de la resistencia. ¡Renta garantizada para los más pobres! ¡Amnistía para nuestros sindicalistas procesados y derogación de las leyes represivas! ¡Negociación Colectiva!. Quien nos iba a decir que cuarenta años después tendríamos que volver con las viejas consignas. Huelgas generales, sectoriales, en empresas... innumerables manifestaciones, concentraciones, marchas, asambleas, reparto de información...

Miles de sindicalistas que, en sus tajos, en las calles, codo a codo con y en los viejos y nuevos movimientos sociales han resistido ante una dureza inusitada de gobiernos y patronales... Miles de buenas gentes, en el sindicato y en otros ámbitos, que resisten y que son el verdadero país, el que emerge, el que acabará triunfando sobre tanta desazón, sinrazón, corrupción.

Me quedo, como resumen de estos años, con la rebeldía, con la inteligencia, con la capacidad y con la esperanza de todas estas gentes, con las que voy a seguir coincidiendo en el día a día.

*Exsecretario general de CCOO Aragón