Volvieron los franceses a Zaragoza pero esta vez no había trincheras en la Puerta del Carmen. El nombre de Zaragoza figura escrito en piedra en el Arco de Triunfo que recuerda las glorias de Napoleón y corona los Campos Elíseos de París. Los escolares franceses saben dónde está Zaragoza, no me atrevería a decir otro tanto respecto de los españoles que no son aragoneses a juzgar por el entristecedor informe de la OCDE.

Los franceses han vuelto a la capital para participar en una cumbre política que ha buscado fórmulas para mejorar la cooperación entre España y Francia. Desde la lucha contra el terrorismo a la mejora de las comunicaciones transpirenaicas, pasando por un acento común en la política internacional. En un gesto que podría ser interpretado como un guiño a los nacionalistas no radicales, Rodríguez Zapatero invitó a participar en la cumbre a los presidentes de las comunidades que tienen frontera (por lo tanto contacto y a veces problemas) con Francia. Acudieron todos menos el vasco. Faltó Ibarretxe, presidente de todos los vascos pero que actúa como si sólo tuviera en cuenta a los que votan nacionalismo.

Es un caballero que en términos políticos vive de dar la nota, así que bien podría decirse que ha estado en su papel. Un papel que por urticante que resulte forma parte de la realidad y por lo tanto hay que aceptar. Otra cosa es que se pueda criticar. Como parece lógico que así sea, porque priva a los vascos de una relación internacional de primera mano, en este caso con Francia, el poderoso y prestigioso país vecino que seguirá estando por los siglos de los siglos al otro lado del Bidasoa por muchas vueltas que le den los seguidores del PNV a la cartografía fantástica inventada por Sabino Arana.

Maragall, Sanz e Iglesias, que querían saber de primera mano qué pasa con los trenes, las carreteras transpirenaicas... Está claro que hacen más por sus paisanos que el señor Ibarretxe, tan enfeudado en su rincón. Se puede discutir si el presidente Zapatero ha hecho bien o mal al incluir como oyentes en la delegación española a los presidentes de Navarra, Aragón y Cataluña, pero nadie puede poner en duda su talante posibilista y conciliador. Es él quien habla con Jacques Chirac, y José Antonio Alonso con Dominique de Villepin, pero la experiencia nos enseña que se teje mejor a varias manos que cuando se queda uno en solitario, tocando el tambor de los agravios cuando --por remitirlo al plano de lo simbólico-- los demás están en la fibra óptica que asegura el futuro de las comunicaciones. En este caso entre Francia y España, dos de las naciones más antiguas de la vieja Europa.