En la década de los 80 del siglo XX, dos históricas personalidades globales, Ronald Reagan y Margaret Theacher, de cuyas funestas políticas seguimos pagando las consecuencias en Europa, definieron la TINA (por su siglas en ingles There is no Alternative /No hay alternativa), toda una filosofía política de la derecha europea que afirma que lo que hay es lo único que puede y debe haber. Todo matiz, disensión, y no digamos alternativa ideológica y económica, es considerada directamente un error, imposible, o todo a la vez. Esa falacia intelectual, impensable en un demócrata levemente ilustrado si está siendo sincero, sigue dominando nuestras vidas. Y así, la abstención se convierte en la respuesta ante los desastres políticos de los últimos años, apenas sin diferencias sustanciales en las políticas europeas de Rajoy, Merkel, Hollande, Almunia o Barroso, con la salvedad de que no es igual recortar desde cien que desde cincuenta, que el papanatismo de Rajoy es difícilmente superado en el resto de la UE y que, aquí, la oligarquía aún tiene un tono decimonónico que da pavor.

Esa Europa, a la que el 60% de las personas con derecho a voto en España piensa abstenerse el 25 de Mayo (para mayor gloria de los de siempre), decide la política económica, negocia en secreto los tratados comerciales con EEUU violando su propia ley de transparencia, puede generar nuevas políticas universitarias, define el futuro de nuestro campo y nuestra alimentación, o considera un mercado privado antes que un derecho el agua y la energía aunque la tierra, los ríos y sus recursos sean de todos. Si quiere, puede acabar con los paraísos fiscales. Si quiere puede generar otra política para el tren y otra red de transportes. Una, otra o ninguna travesía pirenaica, o el futuro de Canfranc. Todo a mejor o a peor. Y esa es la clave, que nuestro voto contra los de siempre y a favor de nuevos vientos, serán un contrapeso o un aliciente para una u otra cosa. Será la primera vez que el Parlamento Europeo elija a su Presidente (no hay candidatas) para olvidarnos ya del fatídico Barroso. Y puede que sea también, sin nuestro voto, un parlamento de fascismos, de nuevo cuño pero con la dentadura de siempre.

La UE nace como tratado comercial, sin bases sólidas de unión social ni cultural sentidas por la gente. Pero fue una oportunidad histórica y sigue siéndolo, si entendemos que Europa puede ser otra, lejos de las imposiciones neoliberales que tienen su fuerza centrípeta en Berlín y que generan tanto dolor en la periferia, para ser «la primavera mediterránea», en palabras de Alexis Stipras desde Atenas, la capital que ejemplifica el desastre social provocado por los trillados caminos que se quieren seguir repitiendo y las exigencias de la troika que secundan sin rechistar nuestros líderes.

Ni la demagogia electoral ni la propaganda pueden superar a la realidad si escuchamos y vemos los datos reales en la calle y la casa de al lado. Pero para eso hay que votar. Y, a ser posible, botarlos. ¿Recuerdan a Stefan Zweig? Me gusta pensar que él hubiera madrugado para votar el 25 sin dejarse vencer por el dolor que ha generado la rapiña y la exclusión, ni por el desencanto y el miedo al cambio, con un pelín de esperanza. Un pelín.*