Hoy, domingo 10 de noviembre, vuelve a ser un día importante en la reciente historia de España. Ya son varias las ocasiones en las que los ciudadanos españoles han sido llamados a las urnas desde aquellas elecciones de junio de 1977, que acabaron convirtiéndose en constituyentes. Votar ya no es ninguna novedad y la democracia liberal y formal está bien asentada en este país (Estado, nación, nación de naciones), que todavía no acaba de encontrar un término común que contente a todos.

Votar es un derecho, pero no una obligación, al menos por el momento. Y dadas las limitadas propuestas de los candidatos, su facilidad para incumplirlas, sus salidas de tono, su falta de capacidad para llegar a acuerdos, sus diálogo de sordos, su deficiente preparación, su sentido de casta, su carencia de empatía en general, su defensa de sus privilegios como clase, su desaforado empeño por convertir la política en una profesión y no en un período limitado de servicio público y su desafección con la ciudadanía, no es que le entren a uno muchas ganas de votar.

Además, a todos estos inconvenientes, al menos en mi opinión, hay que añadir, la injusta y poco democrática ley electoral, el amañado (de la tercera acepción del diccionario: «darse maña», que nadie se enfade) reparto de escaños por provincias y la perversa corrección de la ley D´Hont. Me explico; las elecciones generales en España están convenientemente preparadas para que las máximas democráticas de «una persona un voto» y «todos los votos valen lo mismo» resulten hechas añicos.

Sí, ya sé que algunos dicen que hay que primar a los territorios despoblados con candidatos que conozcan el territorio y tal y cual, pero es mentira. Porque, ¿acaso alguien es capaz de justificar cómo es posible que el primero de la lista por Zaragoza de un partido nacional no tenía la menor idea de dónde había nacido Goya?; u otro, de otra lista, hacía lindar a esta provincia con la de Albacete. ¿Cómo serán las leyes que esos dos candidatos, si salen electos hoy, elaborarán en Congreso sobre cultura o sobre ordenación del territorio?

Pese a todo, y con tantas carencias y subterfugios, votar en libertad es un logro que la sociedad española debe mantener, porque cuesta mucho esfuerzo ganar derechos y muy poco perderlos.

Hoy podemos volver a las urnas y decidir quién nos representará durante la próxima legislatura, aunque todos los votos no valgan lo mismo y los de la casta sigan empeñados en no cambiar casi nada. Que ustedes, si así lo quieren, lo voten bien; o no.

*Escritor e historiador