El Premio Nobel de Física en 1932, Weirner Heisenberg, descubrió el principio de incertidumbre que serviría de base a la mecánica cuántica. De forma resumida dice que, a nivel subatómico, es imposible conocer a un mismo tiempo la posición y la velocidad de una partícula. Esto es debido a la interferencia que cualquier observador, por el simple hecho de medir algo, produce al modificar lo observado. Este postulado tiene aplicaciones en disciplinas como la psicología en relación a la toma de decisiones. Cada día realizamos cientos de elecciones que, a su vez, influyen y son influenciadas por decisiones anteriores. Pero también por posibles decisiones futuras. Y todas ellas están determinadas por el principio de incertidumbre. A esta contradicción podríamos llamarla libertad de error y, afortunadamente, es absolutamente impredecible ya que se regula de forma aleatoria. Pero los humanos, que tanto hablamos y justificamos comportamientos a través del azar, necesitamos aplicar razones que justifiquen acciones irracionales. Las creencias sin sustento científico, o las propias religiones, son una buena muestra de ello. Lo mismo sucede en relación a decisiones como las respuestas ante una encuesta de consumo, ya sea de un bien perecedero o de una opción sociopolítica. La contestación que ofrecen los entrevistados ante cualquier sondeo, y más si es electoral, rebosa de lo que los psicólogos llamamos «reactancia psicológica». Un concepto que implica un rechazo, más emocional que racional, ante normas o indicaciones provenientes de los demás al percibir esas «sugerencias» como una agresión a nuestra libertad de equivocarnos. Sería muy interesante analizar el comportamiento de los ochenta y cinco aragoneses que han tenido la oportunidad de responder a la última encuesta del CIS. No para saber en detalle sus opiniones. El propio instituto demoscópico advierte, literalmente, que semejante tamaño muestral no sirve para hacer ninguna extrapolación autonómica. Aragón será Ohio, pero los escasos «ohiomaños» entrevistados no son indicativos de nada. Sí que daría mucho juego, en cambio, estudiar la incertidumbre que les ha llevado a emitir unas contestaciones posiblemente determinadas por el llamado «efecto Hawthorne». Es decir, cómo el hecho de saberse elegidos para tan impactante encuesta les lleva a modificar sus propias respuestas. Algo que ha llevado al abandono de los sondeos que se realizaban a la salida de los colegios electorales.

De la misma forma que a nivel subatómico tenemos la incertidumbre física, también en la política existe esa incertidumbre electoral. La podemos ver y analizar gracias a las aportaciones teóricas realizadas desde el ámbito de la economía por el ensayista y matemático financiero, Nassim Taleb. Este libanés nacionalizado estadounidense, empirista y escéptico, desarrolló en 2007 la teoría del Cisne Negro. Este nombre no es casual. Hasta el siglo XVII ninguna persona residente en Europa había visto un cisne negro y nadie creía que existieran. Pero al llegar más tarde los europeos a tierras australianas, descubrieron que sí existían. Aplicado sociológicamente un suceso tipo «Cisne Negro» es inesperado, tiene un fuerte impacto social y es predictivamente retrospectivo. Es decir una vez que ha sucedido tenemos evidencias de que se podía haber evitado. El problema del «Cisne Negro» en psicología social lleva a que los sesgos psicológicos hagan a las personas ciegas a la incertidumbre. Y esto puede tener una grave repercusión electoral. Un suceso de este tipo se vivió en España tras las elecciones que ganó, inesperadamente, Zapatero en el año 2004 tras los atentados de Atocha. Similar, aunque de menor entidad, fue el ocurrido tras las últimas elecciones andaluzas. La comprensible obsesión predictiva, con la que tanto disfrutamos en política, no debe llevarnos a la incertidumbre sino al conocimiento racional para evitar que los «cisnes negros» tomen el control social. Tenemos una gran ventaja. Ya son una realidad. Sabemos que existen y que están entre nosotros. De hecho, como señala Taleb, nuestro esfuerzo no debe centrarse en predecir este tipo de sucesos sino en construir fortalezas frente a las actitudes negativas que temen por su llegada. Y, por supuesto, desarrollar estrategias a la ofensiva de movilización en positivo. Siguiendo a Heisenberg, por mucho que se esfuerce el CIS, quizás no podamos saber nunca la velocidad y posición real de un voto en el universo electoral. Pero sí es posible ejercer el pensamiento racional contrafactual, con carácter previo, a una decisión como es ir a votar. Si pensamos en el «y si» tras una tragedia, en este caso electoral, desembocaremos en la melancolía. Pero si lo hacemos como un ejercicio de previsión hacia el futuro, nos ayudará a elegir y protagonizar el que más nos guste. Pensemos, y actuemos, para que llegue una primavera llena de cisnes blancos el 28 de abril.

*Psicólogo y escritor