Los extraordinarios resultados de Vox en Andalucía, donde ha logrado no solo acceder al umbral de representación sino también al de relevancia por su papel clave en la investidura y en la gobernabilidad, han despertado el interés hacia esa formación surgida a finales del 2013 como una escisión a la derecha del PP. Su aparición se vio eclipsada por la irrupción de Podemos y en menor medida de Ciudadanos, aunque de la mano del histórico Aleix Vidal-Quadras estuvo muy cerca de obtener un escaño en el Parlamento Europeo.

Tras ese fracaso, parte del grupo fundacional se desvinculó del partido, cuyo liderazgo fue asumido por Santiago Abascal, quien acentuó su perfil nacionalista, centralista, conservador en términos morales y liberal desde el punto de vista económico, así como euroescéptico y nativista, lo que explica su participación en la cumbre Libertad para Europa celebrada en Coblenza con el impulso del Frente Nacional, Alternativa por Alemania y el Partido de la Libertad Holandés, algunas de las principales formaciones de derecha radical europeas.

Hasta hace poco España era considerada una excepción y parecía que los partidos de derecha radical tenían poco recorrido. Como han explicado Sonia Alonso y Cristóbal Rovira Kaltwásser en primer lugar porque las características del sistema electoral dificultaban la entrada de pequeñas formaciones. En segundo término porque la estructura de las fracturas políticas en España, la fractura izquierda-derecha y la fractura centro-periferia, se encontraba muy asentada y obstaculizaba la aparición de nuevas líneas de conflicto, especialmente las de componente exclusivista o nativista. De ahí que los pocos partidos que habían tratado de movilizar la cuestión de migratoria o religiosa hubiesen tenido muy poco éxito más allá del ámbito local como Plataforma por Cataluña. Y por último porque el principal partido del centro-derecha, el PP, había sido capaz de ocupar la totalidad del espectro ideológico desde el centro hasta la extrema derecha.

EN ESTE SENTIDO, Irene Esteban e Irene Martin habían alertado de la existencia de un electorado de extrema derecha oculto entre el electorado del PP. Según estas politólogas, esos votantes no eran diferentes de los votantes de los partidos populistas de derecha radical europeos, particularmente respecto a su visión de la cultura y la religión de los inmigrantes y a su papel como posibles competidores en el mercado laboral, aunque divergían en que eran políticamente más confiados y más proclives a apoyar al partido gobernante (algo congruente como electores de un PP en el gobierno), en que eran menos críticos con los inmigrantes ( sobre todo los de origen hispano por compartir una misma matriz cultural) y en que eran más europeístas.

El PP, por tanto, albergaba a un votante de derecha radical similar al europeo que quedaba oculto entre el heterogéneo electorado popular y que permitiría a ese partido cumplir una importante función sistémica actuando como dique de contención de la extrema derecha.

Pero tras el anterior ciclo electoral, algunas de aquellas condiciones se vieron alteradas. El sistema de partidos se hizo más abierto y la emergencia de Ciudadanos y su competencia con el PP movilizando la cuestión nacional como consecuencia de la crisis catalana ha dado lugar, tal y como predice la teoría del outbidding, a la fragmentación y a la radicalización de ese espacio político. Y al igual que en el 2012 en Cataluña la competencia entre CiU y ERC dio alas a una formación más radical como la CUP, la competencia entre PP y Ciudadanos en vez de beneficiarlos a ellos se ha saldado con el crecimiento de Vox, un tercer actor en discordia que puede contribuir a alimentar la subasta en ese espacio político como también ha sucedido en Cataluña con la CUP y con penosas consecuencias.

La situación en Andalucía hace que buena parte de la atención esté centrada en si PP y Ciudadanos pactarán con Vox y por tanto cederán a algunas de sus pretensiones programáticas o si se establecerá una suerte de cordón sanitario, algo que ha sucedido en pocos países europeos. Pero lo relevante de la presencia institucional de Vox --que, según las encuestas, se hará extensiva al resto de arenas políticas-- no es solo su efecto en las políticas sino en que puede estimular una subasta identitaria que dé lugar a una permanente inestabilidad institucional y que a la larga amenace el propio mantenimiento del orden democrático, en particular si la subasta se sigue en Cataluña y la radicalidad se retroalimenta. Y en esto España sí que sigue siendo diferente.

*Profesora de Ciencia PolíticaSFlb