Los que apenas tenemos tiempo para pasear por la ciudad entre semana, aprovechamos los días de fiesta para usarla. Para patearla, disfrutar de ella, de los escaparates, de los espacios verdes, de los edificios, del urbanismo. Es posible que la vida casi monacal a la que nos obligan las limitaciones geográficas y horarias impuestas, y cambiantes, nos hayan hecho más reflexivos y curiosos con lo que nos rodea. Y últimamente me fijo en que están desapareciendo referentes en muchas calles.

Son principalmente comercios y establecimientos de los de toda la vida que, bien porque no encuentran sucesores en el negocio o por que la pandemia los ha colocado al borde del abismo, cierran. Y con su cerrojazo se llevan consigo el sabor de antaño, sus rótulos, y esa docta atención al cliente que, en general, es un valor en decadencia. Tengo especial querencia por esas tiendas, bares o incluso edificios que han mantenido su esencia a lo largo del tiempo y envidio las ciudades que no solo necesitan destruir para construir y hacerse más grandes.

Pero este fenómeno se está extiendo ya a municipios más pequeños, sobre todo a los que se han convertido en satélites dormitorio de las ciudades. Están perdiendo la identidad de pueblo, se tiran abajo las casas robustas para levantar otras nuevas, con aparente modernidad y poca alma, se construyen urbanizaciones de adosados y se corre el riesgo de que el medio rural también se desvirtúe.

Los analistas inmobiliarios ya detectan que la actual situación está llevando a muchos urbanitas a poner el ojo en los pueblos. La vivienda ha pasado a ser el centro de nuestro desarrollo vital. Es lugar de trabajo, de formación, de descanso y de ocio, y hasta ahora no habíamos valorado tanto su emplazamiento, sus dimensiones y sus características. Por eso el confinamiento domiciliario de marzo del año pasado no lo afrontaron igual los que vivían en un piso interior de la capital, que los que disponían de uno amplio y con terraza o residían en un pequeño municipio con jardín o corral.

Dicen que este cambio de pensamiento se esta convirtiendo en tendencia y que no existe oferta suficiente --sobre todo de obra nueva-- para abastecer la demanda. Aunque si haya de segunda, de tercera o de cuarta mano, perfectamente adaptables a las necesidades actuales.

Si este movimiento hacia el medio rural se afianza --aunque no sea de efecto inmediato-- a medio o largo plazo va a tener consecuencias también en las ciudades. Y no solo en la tipología de las nuevas viviendas, también en los espacios públicos y en la peatonalización de calles. Más si, como aventuran investigadores como Juan Fueyo, autor de Viral: la historia de la eterna lucha de la humanidad contra los virus, debemos ir acostumbrándonos a convivir con estos microscópicos seres y con las pandemias dada la masificación de las ciudades y la globalización.

En prepararnos para lo que se avecina y saber dar la respuesta adecuada está el reto.