Ni el aislamiento derivado de la pandemia, ni el paréntesis estival han conseguido erradicar el acoso escolar, que se ha valido de las redes sociales para atacar a las víctimas agraviadas y quebrar su autoestima. Pero, ahora, la reanudación de las clases proporciona a los agresores una oportunidad renovada para insultar e injuriar a sus compañeros más vulnerables, sin que sea preciso ningún motivo o razón reconocible para ensañarse con su objetivo.

Hoy en día, esta lacra está muy bien definida, lo que ha dado lugar al ensayo de nuevas estrategias para combatirla, mediante medidas basadas esencialmente en la reeducación, por delante de amonestaciones y castigos. Así, en el madrileño colegio Virgen de Lourdes se ha implantado una iniciativa que se sirve de los propios alumnos, tanto para prevenir y detectar tempranamente casos de acoso, como para desplegar unas medidas correctoras iniciales que puedan resolver el incidente; solo si esto fracasa, intervienen tutores y profesores; en última instancia, y solo si el irreductible agresor supera los catorce años, cabe la opción de trasladar el asunto a la fiscalía de menores. Una de las bondades de esta táctica reside en que la víctima no se siente abandonada y aislada, privada de recursos para defenderse por sí misma de la felonía que padece.

Aunque suelen ser el blanco preferente del acoso quienes son percibidos como diferentes o se apartan de los cánones y conductas típicas entre niños y adolescentes, es significativo que un porcentaje muy elevado de casos tenga por base la difusión de imágenes de índole sexual, con triste protagonismo, una vez más, del género femenino. Una de las misiones esenciales de la escuela es el aprendizaje de la convivencia, sin lugar para ningún tipo de discriminación, algo que refrenda nuestra propia Constitución. H