Aún les diré más (ya que seguimos, ¡qué remedio!, fascinadas/os con Trump): el nuevo presidente norteamericano tampoco es contrario a la globalización. Qué va. Sólo pretende darle un nuevo giro para incrementar la hegemonía norteamericana en tal fenómeno. Los vigentes tratados comerciales y los que estaban por firmarse (como el horrible TTIP con la Unión Europea), aun siendo ventajosos, se le quedan cortos. Él tiene un criterio abiertamente supremacista, que tampoco ha inventado. Ya fue caracteristico de anteriores procesos de mundialización económica, por ejemplo durante el colonialismo decimonónico. Gran Bretaña y Francia lo aplicaron sin complejos en África y Asia.

En nombre de la libertad comercial y del laisser-faire, los benditos ingleses arruinaron el sector textil de India. Impusieron aranceles desiguales que gravaban las muselinas que les llegaban de sus dominios orientales y liberaron la exportación a dichos lugares de tejidos británicos producidos (por obreros malpagados) en telares mecánicos surtidos de algodón americano (cultivado y recogido por esclavos negros traídos del golfo de Guinea). Por la misma regla de tres, los colonizadores utilizaron los precedentes monopolistas y feudales de los territorios que dominaban para recaudar impuestos o planificar cultivos que suministraran materias primas baratas a las industrias de la metrópoli.

Inglaterra nunca tuvo complejos. Así, su Compañía de Indias, al comprobar que el intercambio con China era deficitario... impulsó la producción de opio bengalí para meterlo de contrabando por Cantón. Y cuando el gobernador del puerto intervinó un alijo, la escuadra británica entró en acción para defender el libre comercio. De paso arrancó a Pekín el enclave de Hong Kong.

No sé si Trump sabe todo esto. Pero en todo caso marcha en la misma dirección. Su país también tiene la mayor escuadra del mundo y una potencia militar inigualable. De momento ya intimida a México. Pobre país, ¿no?... Sigue lejos de Dios, pero muy cerca de los Estados Unidos.