Resulta que también la Academia del Cine, la de Hollywood, externaliza sus actividades, y en concreto el aspecto técnico y legal de la adjudican de los premios Oscar. Tan delicado cometido corresponde a un consulting famoso: Price Waterhouse Cooper (PWC). Es una empresa global que lo mismo analiza la eficiencia y solvencia de entidades privadas o institucianes públicas, que las reorganiza o indica cómo deben cambiar o pilota su evolución. En semejante tarea, que la convierte en una especie de metapoder incontestable, ha cometido enormes y famosas pifias. Ha certificado auditorías erróneas, ha fallado en su cálculos y previsiones... En la madrugada de ayer, lunes, consiguió provocar una equivocación garrafal en la entrega de los más famosos galardones que reparte la industria cinematográfica.

A pesar de todo existe una tendencia a considerar que este tipo de organismos (por llamarlos de alguna forma) son garantes de una especial y honesta exactitud a la hora de expertificar cualquier cosa, valorar el riesgo de las deudas públicas, juzgar a los gobiernos y dejarse querer por las grandes corporaciones que pagan (compran) sus costosos informes. Por extensión, el empeño en asegurar que cualquier instancia privada siempre va a ser más eficaz y barata que cualquier organismo público ha hecho fortuna en todo el mundo, España incluida. En Aragón y Zaragoza, ya lo ven. Las administraciones contratan servicios con empresas que cobran mucho aunque no lo hagan bien (algunas lo hacen de pena). Sin embargo, tal procedimiento sigue estando mejor valorado que la gestión directa por parte de las propias instituciones.

No me refiero a nada concreto, ¿eh? Y también asumo que el sector público ha sido incapaz de mostrarse (en general) lo emprendedor y competitivo que cabía exigirle. De lo cual podemos deducir la necesidad de tocar este asunto con cuidado pero decisión. Externalizar puede ser una opción, o no. Reformar las administraciones para hacerlas más competivas es imprescindible. Y menos lobos, Waterhouse.