Los partidos de Wimbledon destacan por la impecable presentación y desarrollo del espectáculo tenístico. De todos los partidos, sin excepción, ya sean masculinos o femeninos, individuales, mixtos o dobles, así como de cuantos elementos rodean sus pistas de hierba, desde los jueces o recogepelotas hasta el aspecto y los modales de los jugadores.

Que son por lo general, y aunque siempre haya que lamentar la presencia de algún hortera como Kirgios, ejemplares.

El éxito de Wimbledon como modelo de fair play tiene gran mérito, pues no es fácil imponer disciplina y control sin que el espectáculo se resienta. Siendo el tenis un deporte muy psíquico, en cuyos desempates y altibajos es fácil perder el control y gritar o romper la raqueta, la filosofía del All England Club, con su aura, sus normas, triunfa sobre la vulgaridad, imponiendo la serenidad y la clase al insulto y al griterío.

Federer, Nadal o Djokovic compiten hasta extremos inhumanos, pero se comportan como perfectos caballeros. Salen a cancha de punta en blanco, juegan sus partidos dejándose la piel (la falta de competitividad está penalizada en Wimbledon) e inmaculadamente se despiden del público, hayan ganado o perdido, con palabras agradecidas por haber competido en la hierba sagrada y con la esperanza de regresar al año siguiente. Son conscientes de que cientos de miles, millones de jóvenes de medio mundo los están viendo jugar, de que imitarán su manera de ver el deporte y la vida, y por eso no escupen ni se acuerdan de la madre del rival, como sucede en otros deportes donde no rigen las normas básicas de la cortesía deportiva.

Asimismo, el comportamiento del público es exquisito en el All England Club.

Wimbledon tiene bastante que ver con la disciplina y con la flema británica, y probablemente también con el éxito del Reino Unido en muchas de sus empresas presididas por la exigencia y moderadas por el autocontrol.

Un ejemplo de armonización a seguir en lo tenístico y en lo deportivo, pero también en todos aquellos órdenes de la vida colectiva en los que sea necesario conjugar la ambición y la destreza individual con la norma social.