La crítica especializada está poniendo a parir la nueva película de Woody Allen, Rifkin’s Festival; pero, como seres humanos que son (al menos, algunos de ellos), los críticos también se equivocan. Porque Allen, me parece a mí, ha filmado en San Sebastián, ambientándola en su Festival de cine, una película muy interesante y original.

Está protagonizada por un personaje, Mort Rifkin, que vuelve a ejercer como alter ego o trasunto del realizador neoyorquino. Se trata de un sesentón, un entrañable y divertido profesor de cine que decide acompañar a San Sebastián a su mucho más joven y sexy mujer, jefa de prensa de un director francés que presenta su nueva película en el Festival donostiarra. Siendo la interpretación de Wallace Shawn en el rol del viejo profesor absolutamente memorable.

En ese ambiente de gente del cine, actores, productores, etcétera, su matrimonio, ya tocado de ala, acabará disolviéndose. Pero, incombustible al desaliento, Rifkin tratará de reencontrar el amor cortejando a una doctora (Elena Anaya) a la que ha conocido por pura casualidad. Y por causa de tantas venturas y desventuras amorosas padecerá una serie de extraños sueños que el espectador identificará sin dificultad con escenas famosas de películas clásicas. Renoir, Truffaut, Godard, Bergman, Fellini o Buñuel serán homenajeados mediante muy elegidas recreaciones, la mayoría en blanco y negro, que, además de reproducir sus estilos de filmar, incorporan ese toque de humor de Allen, entre irreverente y encantador, que le ha venido acompañado a lo largo de toda su carrera, desde Sueños de un seductor, cuando inolvidablemente parodiaba a Humphrey Bogart.

Que un director norteamericano de la calidad de Woody Allen rinda pleitesía al cine europeo con el que se ha formado no es, sin embargo, el mayor mérito de la película. Éste descansa, creo, en el diseño del protagonista y narrador, un Mort Rifkin cercano a los setenta, gordito, calvito ¡y, por supuesto, judío de Brooklyn!, cuyos episodios en San Sebastián nos regalan una lección de humanidad, sensibilidad, humor, y una exhibición en el arte del diálogo y del monólogo narrativo.

Una inteligente, elegante, excelente película, me arriesgaría a opinar, aunque a los sesudos críticos no les haya gustado.