No quiero ser pesado ni insistente, pero lo soy, porque lo ocurrido en el debate de investidura del presidente del Gobierno de España me reafirma en la rabia por el proceso, en el hartazgo ante un desenlace radicalmente diferente al que votamos la mayoría de los españoles el 28-A.

Ni los nuevos aires de la política que protagonizó Podemos, ni la valentía y el coraje de Pedro Sánchez en su doble travesía hasta la moción de censura, ni los 140 años de sufrimientos, triunfos y experiencia del PSOE, ni el deseo expresado por más de once millones de españoles en las urnas, han podido superar unos negociadores aficionados, de gatillo fácil con el Twitter y el WhatsApp y rencillas ancestrales de las internacionales del pasado siglo.

El fracaso de estas semanas para configurar un gobierno progresista es fiel reflejo de la tormentosa relación que históricamente ha mantenido la izquierda española en este y el anterior siglo.

No hay duda que de esta salimos con unas instituciones más débiles, la política más devaluada, y los partidos políticos condenados a la inacción entre su vida interna, la publicidad, el relato y el tacticismo. La encuesta del CIS del mes de julio así lo refleja, a pesar de hacerse antes de la investidura, cuando sitúa la preocupación por los políticos en segundo lugar tras el paro.

¿Y ahora qué?, ¿tendremos acuerdo en septiembre o iremos a las elecciones en noviembre? Para aquellos que sueñan con repetir las elecciones y mejorar la representación socialista, hasta el punto de no tener necesidad de sumar con Podemos, dos pequeñas aclaraciones; la fragmentación política ha hecho que en el 2008 PP y PSOE llegaran al 83% de los votos y actualmente apenas llegan al 46%. Por más que se repitan los comicios, con pequeñas variaciones, siempre se tendrán que sentar a negociar los mismos actores, luego el acuerdo será imprescindible para gobernar.

Comenzar de nuevo para superar lo vivido es muy complicado, porque las derechas van a dejar que la situación se pudra y el desencanto y la desmovilización les traigan unos mejores resultados. En un nuevo escenario electoral, su electorado va a sentirse más ilusionado y por lo tanto cualquier elucubración de apoyo a la gobernabilidad es un puro sofisma.

Y con Podemos y el PSOE, tras el bochorno que pasamos viendo en directo esos diálogos de reproches y acusaciones, solo nos queda la melancolía.

Recuperar nuevas bases de negociación en la izquierda solo es creíble con un mínimo de autocrítica de lo sucedido, continuar con las mismas posiciones a ver quién cede antes solo sirve para aumentar las distancias y los reproches. Mantener la misma metodología de negociación y hasta los mismos negociadores es un inmenso error, pues transmite la imagen de no haber aprendido nada del pasado.

Las bases del acuerdo deberían volver a los contenidos programáticos, no vale decir que están reflejados en el acuerdo para los fallidos Presupuestos Generales del Estado, estamos diseñando un escenario a cuatro años, y hay infinidad de cuestiones no reseñadas en ellos; territoriales, de derechos y libertades, laborales, de impulso a la sociedad civil y democrática, de relaciones con la UE, del modelo europeo de futuro, de política internacional, de inmigración... Los ciudadanos tenemos derecho a saber qué van a hacer en estos temas, no solo los ministerios a repartir y los nombres de los ministros o ministras que los van a ocupar.

Solo sobre el programa compartido de gobierno puede construirse la participación en el mismo, sabiendo que la totalidad de los ministros los nombra el presidente del Gobierno, que el Consejo de Ministros es un órgano colegiado y que las deliberaciones son secretas. Cualquier intento de construir áreas de gestión diferenciadas tiene difícil encaje constitucional.

Pero sobre todo hay que dar tiempo a la negociación, ¿a que estratega se la puede ocurrir que en menos de 48 horas se puede negociar un Gobierno de coalición del Estado español? Como decía aquel, en tiempos de gritos el objetivo es no asustar al electorado. Pues eso.