Durante el drama del rescate de Julen, las redes sociales se han llenado de comentarios muy críticos con la cobertura de «los medios». Circo, carroñeros, sensacionalismo, falta de escrúpulos por la audiencia… son algunas de las (des)calificaciones proferidas en las redes, un lugar donde todo se mide por las métricas (likes, followers, retuits…). Es decir, por la audiencia. Las pruebas de cargo contra el periodismo son múltiples, mezclando equivocaciones (datos erróneos sobre a qué distancia del pequeño estaban los mineros); formatos (largos programas especiales en directo); géneros (entrevistas con familiares, tertulianos todólogos, reportajes lacrimógenos); línea editorial (¿por qué tanta atención a un niño y tan poco a los que mueren a diario en el Mediterráneo?) y estilos (tal o cual presentadora de tal o cual programa). Veredicto: el periodismo jamás había sido tan malo, el sensacionalismo (palabra fetiche) todo lo impregna, los medios son elementos de desinformación y manipulación.

Ha habido casos de mala praxis periodística en la cobertura del drama de Julen. Ha habido errores, y también sensacionalismo y pornografía sentimental. Los criterios de noticiabilidad que le dan más importancia a la vida de un niño cercano que a la de mil lejanos son obscenos. Algunos medios olvidan que el hecho de ser empresas privadas con ánimo de lucro no les exime de su responsabilidad social. El todólogo que habla con idéntica ignorancia tanto de minería como de astronomía es una desgracia. ¿Hasta qué punto es necesario hablar de las víctimas y su entorno en tragedias y sucesos? Sería conveniente un pacto entre medios y sociedad sobre este punto. Urge la autocrítica.

Pero la opinión pública también debe reflexionar. La audiencia consume lo que le dan y si no se lo dan no lo consume. Pero la audiencia premia a los que llama después carroñeros en las redes. Sucedió con Julen, y pasa cada día. Ejercer la responsabilidad sobre qué información se consume ayudaría a luchar contra el sensacionalismo.

*Periodista