La exhumación de Francisco Franco es una realidad que se materializa tras años de voluntades políticas bien (y mal) avenidas. Más de cuatro décadas después, el cuerpo del dictador abandona el Valle de los Caídos para ser inhumado en el cementerio de Mingorrubio. Y con esto punto y final, ¿no? Sin embargo, no está todo por (des)hacer. El Valle de los Caídos es el único parque temático mundial del fascismo. Un mausoleo por obra y gracia del franquismo, Dios mediante, que apuntala los años de una dictadura que condenó a un país durante medio siglo.

El objetivo de exhumar al dictador Franco no debería ser el único hito que emprenda cualquier Gobierno de España, y ojalá se hubiera hecho -o se hiciera- con un consenso amplio.

La justicia democrática de un país que aspira a subsanar la quiebra social que engendró la Guerra Civil, y después el mazo fascista, debe proyectar una resignificación de un monumento nacional que nos ayude a entender nuestra historia. Sin medias verdades o mentiras al cuadrado. Sin partidismos.

El sentido que debe albergar al Valle de los Caídos es aprender del pasado. Una lección de vida histórica para no repetir lo sucedido. No hay justicia que valga si no se resarce el dolor de la víctima, si no se condena a la historia al asesino o si no se enseña lo vivido con la crudeza de los hechos.

Nadie entendería que los campos de exterminios nazis, convertidos en lugares de peregrinación turística para conocer la barbarie totalitaria, sean el lugar para rendir culto al nazismo. En ellos domina la historia de las víctimas judías.

El mensaje que subyace en cada uno de los lugares donde se ha aplicado la resignificación es la responsabilidad de una democracia por construir un mundo donde quepa el perdón, la tolerancia y la dignidad del humillado.

La oportunidad histórica que se abre con el cambio de significado de un monumento erigido por el fascismo debería concernir a todas las fuerzas políticas. Especialmente a la derecha, que en ocasiones aún se pone de perfil cuarenta años después de la muerte del dictador.

O así la intencionalidad política de una parte de la izquierda por usar la exhumación de Franco como un mitin electoralista más para arengar a la fe izquierdista. En algo así, que concierne al espíritu de todo un país que quiere dignificar a las víctimas para construir una democracia más sólida, debería haber solo una voz.