El momento cumbre del encuentro entre Felipe González y Artur Mas no fue cuando González le soltó a Mas (mirándole fijo a los ojos, con ese cejo que taladra) "En Europa no es que sean neutrales, es que están aterrados con la independencia", no. No fue ese. Fue cuando Jordi Évole propuso a sus invitados llamar sobre la marcha a Rajoy. Nadie tenía el teléfono del presidente. ¿No lo tienen?

Salvados se elevó a la cima de programas más vistos del domingo, con 4 millones de espectadores. Es una barbaridad, pero visto lo visto, no tanto. Sinceramente, el debate tenía mucho morbo y suponía la propuesta más atractiva del domingo. ¿No se sintieron atraídos los ocho millones de catalanes? ¿Y los españoles? Cuatro millones fue poco.

Todo hay que cargarlo al haber de Évole, que ha vuelto como el único animal de televisión capaz de ofrecer propuestas novedosas. Claro que mi espíritu bribón me llevó a preguntarme en medio del programa: ¿se imaginan si Jordi hubiera logrado sentar a Artur Mas y Mariano Rajoy? ¿Lo han pensado? No, porque es imposible. Pero ese debería ser el espíritu de nuestros gobernantes: sentarse y hablar. A la vista de todo el mundo. Hablar es lo más sano que hay. Yo le agradezco a monseñor Sistach que acudiese al espacio de Ana Pastor para hablar de cosas incómodas; pero me llamó la atención: remoloneó el obispo con salir a la calle para protestar contra la pobreza y la corrupción, pero enseguida se remangó para coger la pancarta contra el aborto. Ay, ay, ay.