Socialismo o libertad. Criminales. Golpistas. Vagos. Corruptos. Si te llaman fascista es que estás en el lado bueno.

Son solo algunas de las perlas que han soltado nuestros representantes políticos estas últimas semanas para mantener este estado de agitación en el que se empeñan que vivamos. Mociones de censura, transfuguismo, deserciones, adelantos electorales... Días difíciles para corazones delicados.

Todo es hiperbólico, excesivo, desproporcionado. El fondo no ayuda a las formas pero cuidado. Porque perder la educación y el saber estar puede llevar directamente al descontrol. Y cualquiera calma a un caballo desbocado.

La actualidad informativa está de lo más entretenida, sobre todo para los periodistas. Reproducimos las alharacas políticas a ver quién la dice más gorda. Oímos eslóganes, uno tras otro, y tiro porque me toca. Frases que funcionan, 10 segundos mejor que 20 para radio y televisión. Los medios, y sobre todo las redes, potencian (potenciamos) la espectacularidad. La exageración vende. Un titular asombra, te obliga a ir directo al click. Pero cuando lees la noticia, nada. Vacío. Y todos sabemos que el espectáculo no es inocuo.

Las ocurrencias enganchan. Suelen ser graciosas. Pero al final sucede como con la comida rápida. Una hamburguesa siempre será una hamburguesa. Nunca un guiso.

Y un poco de hervor, de chup chup, de fuego lento, es lo que necesitamos para que esto no se vaya de madre. Subir los decibelios en el Congreso o salas de prensa no parece responsable. Ni siquiera necesario. No hemos aprendido nada en España en los últimos años. Cuántos problemas nos habríamos evitado si en un momento dado alguno se hubiera mordido la lengua o quedado sin conexión a Twitter. Quizá hoy no habría políticos en prisión por declaraciones grandilocuentes e imposibles ni hablaríamos de gobiernos fallidos. Quizá nadie se habría atado las manos para negociar ni se habría visto obligado a dimitir tras un batacazo electoral.

Los ciudadanos deberíamos tenernos en mayor consideración. Si la audiencia no pincha no hay consumo rápido que valga. Si el público no compra argumentos demagogos no los venderán. Si el votante es crítico no lo manipularán. Si nos respetamos causaremos el mismo efecto. Los adversarios políticos deberán aplicarse y reconocer que hay líneas que no se pueden traspasar. Cuando alguien cruza al otro lado del río no siempre puede regresar si sube el cauce, se intensifica la corriente o se produce un remolino. Y lo peor es que, en muchas ocasiones, solo se es consciente del peligro cuando no hay vuelta atrás. Entonces ya solo queda apretar los dientes y mirar de frente a la otra orilla.