La editorial Tusquets ha anunciado la publicación de los Cuadernos de Emil Cioran, que pueden suponer un auténtico acontecimiento editorial. Como los apuntes de Pessoa, Eliade o tantos otros pensadores, estos textos de su taller de trabajo son considerados por algunos críticos como los más genuinos de Cioran, autor lúcido donde los haya, pero también imprevisible y a veces anárquico o deslavazado.

El filósofo rumano, fallecido en 1995, fue un buen conocedor de nuestro país. A España dedicó bastantes páginas, siempre en su habitual tono irónico, tan amigo de acuñar sentencias de doble sentido como de huir una sistemática o modelo filosófico al viejo estilo.

En La tentación de existir, Cioran reflexionó sobre lo que para él sería el ser español.

Que compara con el ruso, curiosamente. Para él, ambos son pueblos tan obsesionados consigo mismos que llegan a erigirse en un problema, a base de meditar sin cesar sobre el milagro o la insignificancia de su suerte.

Para Cioran, España, aquel reino que en el siglo XVI ofrecía al mundo «un espectáculo de magnificencia y locura» dispondría después de hasta tres siglos para forjar su decadencia, «pensar en sus miserias y empaparse de ellas». Los españoles, a quienes califica de «improvisadores de ilusiones» viven una suerte de «trágica falta de seriedad que les salva de la vulgaridad de la felicidad y del éxito».

En busca del ser español, Cioran leyó con detenimiento a autores como Unamuno, Ortega y Gasset o Angel Ganivet. «Para ellos, España es una paradoja que les atañe íntimamente y que no lograron reducir a fórmula racional. Volvían siempre sobre ella, fascinados por la atracción de lo insoluble. No pudiendo resolverla por el análisis, meditaron sobre Don Quijote, en el que la paradoja es más insoluble al ser un símbolo...». En cambio, apunta Cioran, nadie se imagina a Valèry o a Proust meditando sobre Francia para descubrirse a sí mismos. ¿Por qué? «Porque Francia es un país realizado, sin rupturas graves, un país no trágico... Siendo el mérito de España proponer un tipo de evolución insólita, un destino genial e inacabado...»

¿Y si Cioran tenía razón?