Hay un rotulo en Zaragoza que reza: 'Después de la peste, surgió el Renacimiento'. Y da qué pensar. ¿Estamos a las puertas de vivir tras el fin de la pandemia de coronavirus un momento de lucidez humana que marque una época histórica?

No deja de resultar paradójico que vivamos en el momento de mayor avance científico de nuestra historia pero que el ser humano sea aún capaz de tropezar con los mismos demonios interiores que avivaron conflictos mundiales. Es una tendencia regresiva casi inherente al ser humano. Tan extraordinario a veces, tan peligroso en otras.

Porque quizá el mayor desafío al que nos enfrentamos a día de hoy no sea el virus en sí. La humanidad es capaz de dar respuesta a casi todo con el conocimiento científico existente y la tecnología más puntera. Y también para derrocar a un virus con la fabricación de tres vacunas en tiempo récord.

El peligro somos nosotros: la crisis de las democracias por el auge del populismo, el negacionismo climático instalado en gobiernos o el control -casi- totalitario cedido por complacencia que ejercen las grandes empresas de nuestro rastro en la red.

En ‘Years and years’ lo evidencian con claridad: la culpa la tenemos nosotros. Cada vez que cedemos ante lo que sabemos que no es justo pero alimenta nuestro odio, prejuicios o envidia. Aún sabiendo que alguien nos manipula o que hay responsables por encima, hay una querencia por apartar la mirada. Preferimos vivir en un mundo injusto o poco igualitario siempre y cuando tengamos seguridad, bienestar y algo de esperanza.

En todo ello la polarización política juega un papel fundamental. No es desconocimiento o falta de argumentos. Es una estrategia deliberada que se basa en la idea más vieja: si divides, terminarás venciendo. Un virus dañino que se inocula en lo más profundo de la sociedad. Lo que termina por desestabilizar la confianza en la democracia o en las ideas de fraternidad en una sociedad.

Sirva un ejemplo. El gobierno de Trump no sólo ha enfrentado a gobiernos que aunaban posiciones por el bien de la humanidad, sino que ha sido capaz de que los demócratas teman que ganen los republicanos y al revés. No hay democracia si concibes al distinto como enemigo. O si temes que gane unas elecciones.

Lo que viene es tan incierto que asusta. Los cambios sociales, sustentados en terremotos políticos o económicos, evolucionan tan rápido que no se asimilan. Pero debemos frenar para tomar una decisión. ¿Queremos más desunión global?