Pedro Sánchez decidió repetir elecciones. La gobernabilidad sigue siendo difícil. El PSOE ha perdido tres diputados. El PP ha recuperado terreno, pero no tanto como se esperaba, y Vox se ha convertido en tercera fuerza. El independentismo ha subido. Bildu tendrá grupo parlamentario propio. En Aragón también hemos visto la espectacular caída de Ciudadanos. El experimento antipolítico de Teruel Existe ha obtenido un escaño en el Congreso: una nota pintoresca más en una Cámara folclórica.

Ninguna suma parece sólida ni adecuada para resolver los problemas del país. Asumiendo que lo que le parecía inaceptable a Sánchez le resultará deseable ahora, en cualquier opción serían necesarias fuerzas que no solo son desleales a largo plazo y chantajistas en el corto, sino que lo proclaman en todo momento. Otras soluciones parecen también difíciles. Sánchez no tiene mucha credibilidad para pedirlas; Cs, que no quiso cuando podía, quizá querría cuando ya no importa.

El Congreso tendrá más extremistas: de la ultraderecha con esteroides al anticapitalismo pijo de la CUP. Estará más polarizado. Si parte del crecimiento de Vox --que en ocasiones interesaba al PSOE, y a veces parecía incentivado por sus acciones-- puede deberse a causas coyunturales, su mayor importancia en el Congreso permitirá que marquen agenda y dificultará soluciones. Cuestiones que se creían resueltas se discutirán otra vez y ellos, como los independentistas, querrán beneficiarse de estar fuera de los consensos.

Si el ganador claro fue Vox, el perdedor evidente ha sido Cs. Albert Rivera, que en buena medida construyó el partido, también lo destruyó. Dinamitó los postulados principales de Cs: la oposición al nacionalismo, la regeneración democrática, una política más tecnocrática que sentimental, la vocación de ser una alternativa liberal que rompiera el enfrentamiento entre izquierda y derecha. En su comparecencia tras el batacazo, apeló a la militancia: parecía querer refugiarse en el populismo de partido.

En Experiencia, Martin Amis cuenta una cena en la que llevó a su mejor amigo, Christopher Hitchens, a cenar con su maestro, Saul Bellow. Hitchens y Bellow se enzarzaron en una discusión; Amis cuenta que se le quedó el dedo del pie morado por las patadas que pegaba a su amigo para que se callara. Cuando acabó la cena, en silencio hosco, Hitchens dijo: Siento la discusión. Pero habías criticado a mi amigo y me habría sentido mal si no lo hubiera defendido. Bellow le preguntó: ¿Y cómo te sientes ahora?

@gascondaniel