En los últimos días he tenido ocasión de asistir a dos presentaciones de otros tantos libros de filosofía política. En ambos casos, la convocatoria reunió a personas muy interesantes, y así el habitual coloquio final con participación del público (y de los autores de los ensayos, mi adorada Cristina Monge y mi amigo Daniel Innerarity, respectivamente) resultó ser interesante, civilizadísimo y creativo. Solo que uno podía quedarse con la impresión de que aquello tan fino flotaba sobre la sucia realidad de cada día como el aceite sobre el agua, sin mezcla posible. No porque el pensamiento haya dejado de ser el combustible de la acción, sino porque hoy las propuestas positivas apenas tienen momento y lugar en los que materializarse.

Pido disculpas por mi escepticismo. Debe ser cosa de la edad y la maldita experiencia. Sea como fuere, en las últimas horas nos hemos tenido que meter entre pecho y espalda la comparecencia de Bárcenas en el Congreso de los Diputados, un espectáculo inmoral donde los haya. Hemos escuchado a un alcalde catalán (y socialista, dice) explicar que Cataluña viene a ser un paraíso danés prisionero de una España magrebí. Y sabemos que la concentración bancaria avanza impetuosa, impulsada por los rescates, los créditos fiscales y otros apaños incomprensibles para el contribuyente que los paga. No hay razón ni lógica ni ética ni estética que puedan protegernos de la sucesión de robos, escándalos, desahogos y cachondeos que la vida nos tira encima como un torrente de sucio y pegajoso fango.

Será por esto que el resultado de la reunión que ayer celebró la Comisión Bilateral Aragón-Gobierno central me ha dejado más templado que caliente. Parece que allí hubo algo. El secretario de Estado de Administración Territorial, el también aragonés Roberto Bermúdez de Castro, habló tras el encuentro con inusual ternura (hacia la sufrida Tierra Noble). Nuestro presidente, Javier Lambán, también parecía muy contento. Pero un servidor de ustedes solo se creerá lo que vea y palpe. Que ya vengo escarmentado.