El otro día escuché embelesado en el tranvía cómo un joven se lamentaba ante su novia de lo rápido e inexorable que pasa el tiempo (es un gran tema, desde luego) y rubricaba su parlamento con un sentido y rotundo «Ya es otoño, coño».

No pude evitar sonreír; hay rimas fáciles que resulta muy difícil no utilizar, está visto. Llega el otoño, un año más, y todos sacamos al poeta que llevamos dentro. En efecto, caen las hojas, se acerca el frío y florecen los poetas, así ha sido siempre en esta estación tan melancólica. La vida, insultantemente cíclica, es lo que tiene.

Sin embargo sigue calentando el sol como si fuera verano, y las bermudas se niegan todavía a abandonar nuestras piernas, pero ya es otoño, coño. Aquí y en Logroño. Eso es innegable. Los políticos siguen de campaña (porque no se han dado mucha maña con sus artimañas) y la vida sigue, sigue igual o tirando a peor, que somos capaces de cargárnosla cualquier día, si nos ponemos a ello, o sin ponernos a ello incluso. Nuestra capacidad de destrucción es ilimitada. También el otoño nos trae un nuevo curso, y nuevos retos, todo hay que decirlo.

Por parte de la cultura, por ejemplo, las editoriales afilan sus novedades, las televisiones lanzan nuevas series, los festivales estrenan películas que arrasarán, las programaciones teatrales arrancan con inusitada fuerza, y uno se ve desbordado por mil flancos, sin poder llegar ni a la mitad. Asimismo, como parte de la rueda, uno mismo intenta humildemente poner su granito de arena y sacar nuevos libros, estrenar cuentacuentos y espectáculos, realizar novedosas propuestas y actividades para el curso que se inicia… Y uno mismo se sobrecarga sin remedio. Ay, tanta cultura me va a matar.

*Escritor y cuentacuentos