Muchos españoles asisten atónitos al lamentable y penoso espectáculo que está ofreciendo buena parte de la casta política. Aupados al poder o instalados en la oposición por los votos de los ciudadanos, una caterva de impresentables se insulta mañana, tarde y noche en instituciones que pagan los ciudadanos pero ocupan esos tipos egoístas, pacatos y tan pagados de sí mismos que han olvidado que son representantes de un pueblo al que deberían servir.

Escuchar cómo esta cuadrilla de privilegiados se despreocupa de lo importante, obvia lo trascendente y se dedica la mayor parte del tiempo a despellejar al rival político, me provoca náuseas. España ha llegado a una situación en la que la tensión, las amenazas y los enfrentamientos son más propios de un país gobernado por niñatos maleducados, aprendices de matones y macarras de baja estofa, que de una sociedad avanzada y culta.

No se dan cuenta que su actitud ramplona y cerril arrastra a parte de la sociedad a imitar sus groseros modelos de comportamiento.

Ya es hora de parar esto. Sé que va a ser difícil, que es complicado descabalgar de sus sillones a tipos que no saben escuchar, que se creen en posesión de toda la verdad y que se consideran estupendos. No saben hacer otra cosa que echarse en cara sus miserias, sus rencores y sus miedos, aunque en la universidad del insulto y la mentira son verdaderos maestros. Ya está bien de amenazas, actitudes chulescas y reproches. La mayoría de los españoles ha sabido estar a la altura en los difíciles momentos que se están viviendo: se ha quedado en casa cumpliendo con obediencia y paciencia el confinamiento, ha seguido las indicaciones, tan contradictorias a veces, de una autoridad incompetente casi siempre, y se ha mostrado solidaria cuando ha sido necesario.

Y esta casta ni ha sabido ni sabe estar al lado de un pueblo tan sumiso y dócil.

Esto no puede seguir así. Vienen tiempos duros y difíciles, y con actitudes como la que algunos profesionales de la política han mostrado esta semana va a ser imposible superarlos. Pero a los de la casta no les importa, porque cuando dejan la política, ya se han preocupado de asegurarse un sillón en cualquier consejo de Administración, a ser posible de una empresa energética.

Dicen que la libertad, como la salud, solo se echa de menos cuando se pierde. Pues que nadie lo olvide, sin seguimos consintiendo semejante esperpento, tal vez algún día la echemos de menos, y nos arrepentiremos de haber consentido tanto despropósito. Ya vale, insensatos. Ya vale.

*Escritor e historiador