A la macroeconomía le estorba la política. Y pasa por encima de ella. Desde que Fukuyama proclamó el fin de las ideologías y el triunfo del liberalismo económico sin freno, la socialdemocracia se ha empeñado en darle la razón, con sucesivas renuncias a derechos y valores compartidos y consolidados, sin dejar de diluirse como un azucarillo en el seno las sociedades europeas. Existen honrosas excepciones, claro, como la de Portugal o la del rebelde Corbyn en Reino Unido. Pero para completar el relato era necesario desactivar la distinción derecha/izquierda y ahí es donde emergieron figuras como las del tecnócrata italiano Monti y más tarde el francés Macron, quien ha ido un poco más allá: líder sin partido, libre de ataduras y explicaciones a militantes. Un lastre menos. Y un ejemplo a seguir, cómo no, por avispados que viven agazapados en espera de su oportunidad, tipo Albert Rivera.

La teoría dice que atenuar y reducir los factores de desigualdad y favorecer la redistribución de recursos para que una colectividad pueda sobrevivir a los individuos es la esencia misma de la democracia, y los argumentos clave donde puedan sustentarse una verdadera idea de unidad. Pero en la práctica no vamos por ahí precisamente. Donde se supone que una vez hubo ideologías, ahora solo se ven balances macro y discursos de plástico. Si nuestra economía ha tardado diez años en recuperar el PIB anterior a la crisis ha sido a costa de que 40.000 millones de euros en salarios se hayan transferido a beneficios del capital. Junto a los griegos, somos el único país de la UE que no ha recuperado los sueldos del 2008.

La agenda neoliberal es solo un conjunto de patadas a seguir de desregularizaciones y privatizaciones que deparen rápidas ganancias, sin ningún proyecto social ni de futuro detrás. En palabras de Chomsky, el resultado es una mezcla de «enfado, miedo y escapismo». «Hay quien le llama populismo -añade-, pero en realidad es descrédito de las instituciones». El penúltimo aviso viene de Italia, donde euroescépticos de ambos márgenes han obtenido el 50% de los votos. Mientras, en España la política se ha vaciado de ideas decentes (solo hay ocurrencias permanentes revisables) al tiempo que las calles se han llenado de gente. Primero fueron los jóvenes del 15-M. Ahora es el turno de los abuelos. En su soberbia, y pese a que es su propio granero el que está en llamas, el PP cree (Rafa Hernando dixit) que las protestas no servirán para nada. Ya veremos. H *Periodista