Sigo cenando en mi chino porque me atienden estupendamente, porque corro menos riesgos de contraer nada que en un aeropuerto y porque Shuren y Cuifeng llevan una década sin salir de Zaragoza y ya les llamo cariñosamente alagoneses. No quiero frivolizar sobre una epidemia que se ha cobrado cientos de vidas -menos que la gripe estacional- pero más que el coronavirus, me preocupa la velocidad con la que se propaga la estupidez entre humanos. Una cosa es tomar medidas si acabas de viajar a Wuhan, y otra, evitar a todo asiático que se te cruce en la acera.

El miedo y la necesidad de mantener vivas las amenazas han contribuido, para mal o para bien, a nuestra evolución como especie. Los filósofos han estudiado cómo nuestros terrores más atávicos siguen perviviendo en lo más profundo de nosotros sin que nuestro córtex los analice. El lobo, por ejemplo, convertido en enemigo del hombre en cuentos y en tradiciones, es el más claro símbolo del enemigo extranjero. O las ratas, ligadas a la transmisión de todo tipo de plagas, fueron usadas en la Alemania nazi como imagen subliminal de los peligros que representaban los judíos. Y es que las fake news vienen de antiguo, y así podríamos continuar con las cucarachas hasta llegar a los virus.

Nada nos convierte más rápido en neuróticos y nos despoja de cualquier atisbo de inteligencia que este enemigo fantasma. Son perfectos para paralizar un país, y hasta el planeta entero. Seres invisibles al ojo humano, que se reproducen vertiginosamente y saltan, de especie en especie, hasta sembrar la enfermedad y la muerte sin respetar fronteras. No digo que no haya que tomarnos en serio a este coronavirus, como no debiéramos desatender la malaria, la viruela o la tuberculosis que se cobran miles de víctimas sin protagonizar ni un informativo. Ojalá estos sustos sirvieran para concienciar a los gobiernos sobre la necesidad de invertir mayores partidas en investigación. Porque virus van a seguir apareciendo y mutando y haciéndose los duros ante la especie más inteligente de la Tierra y habrá que estar a la altura.

Mientras políticos y científicos se ocupan de estos asuntos, yo me bajo al chino, que también ellos tendrán derecho a comer.

*Profesor