En cuanto a la actividad política se refiere estamos viviendo unos meses de una gran intensidad. A los muchos actos conmemorativos de los 25 años de vigencia constitucional debemos añadir varias convocatorias electorales y, detalle que hoy me interesa resaltar, a la despedida de la vida política activa de importantes políticos españoles: Felipe González, Jordi Pujol, José María Aznar y Xavier Arzalluz han decidido por propia iniciativa o por amables empujones ajenos desaparecer del primer plano público.

El relevo del presidente del PNV se ha producido en medio de unas tensiones bastante evidentes, con un inicial intento de presentarse por enésima vez del veterano Arzalluz, seguido de una campaña en la que el sucesor deseado por él, Joseba Egibar, a quien muchos teníamos por favorito, ha tenido que competir con el discreto J.J. Imaz, que finalmente se ha hecho con el poder.

En una visión bastante simplista de lo que son los partidos políticos nos los presentan como organizaciones bien engrasadas en las que los relevos de los distintos cargos se hacen de forma razonable siguiendo lo establecido en los estatutos, dejando siempre bien claro que lo importante es el partido y no quienes temporalmente ocupen los puestos de mayor responsabilidad. La práctica nos demuestra algo casi contrario: que el mismo partido dirigido por dos personas distintas puede llegar a parecer otro. Algo de esto es lo que deseamos algunos que se produzca en el PNV con el relevo de Arzalluz por Imaz.

LO QUE SUCEDA en este partido nacionalista, que ya cuenta con más de cien años de vida, es de gran trascendencia para los vascos, pero no sólo para ellos. Un vistazo a los periódicos españoles de los últimos años nos demuestra que todo lo que sucede en Euzkadi tiene una amplia repercusión en toda España, y en Aragón de manera muy notable, por proximidad y por haber sido escenario de algunos de los más horrendos crímenes de ETA. He comenzado este artículo afirmando que tengo confianza en el nuevo presidente del PNV. En primer lugar ya me parece bueno que Arzalluz desaparezca de los foros de la vida política. Aunque haya hecho algo bueno, que entra dentro de lo estadísticamente posible, el daño que un personaje como éste ha hecho a la convivencia entre sus conciudadanos es notable.

A lo mejor otros líderes defienden ideas más peligrosas para esa convivencia, pero las formas son importantes y peores modales que los de este exjesuita son difíciles de encontrar. Si la cara es el reflejo del alma, un vistazo a una fotografía de este hombre me ahorra cualquier profundización en lo que afirmo. Ya sé que los antecedentes familiares no tienen porqué ser determinantes, pero el más rancio carlismo se observa en sus maneras y pensamientos.

El que su delfín, Joseba Egibar, no haya sido elegido, también es una buena noticia. Sus manifestaciones, llenas de exabruptos, siguen en la misma línea, y su máxima aportación a la política vasca de los últimos tiempos ha sido la negociación del pacto firmado por su partido con ETA. En esta línea se filtró hace poco más de un mes otro posible pacto con la banda y sus voceros si ganaba la presidencia del PNV, lo que demuestra, por si no lo estaba ya, la proximidad en sus ideas con los amigos de las pistolas. La reacción de Arnaldo Otegi a la derrota de Egibar es sintomática de lo que hubiera supuesto lo contrario, y las descalificaciones que ETA ha hecho del primer discurso de Josu Jon Imaz sólo vienen a confirmar lo mismo.

Hablemos ahora del nuevo presidente. Procede de una familia muy humilde, lo que no es en absoluto determinante de nada, pero a quienes venimos de estratos sociales bajos nos produce un cierto sentimiento de simpatía. Tiene estudios universitarios y habla varios idiomas, signos ambos de una mentalidad abierta y perfeccionista. En sus muchas comparecencias públicas, como portavoz del ejecutivo vasco, ha demostrado siempre un talante afable y ha hecho verdaderos esfuerzos por explicar las decisiones tomadas. No recuerdo ningún desplante a los periodistas ni malos modos con nadie, poniendo siempre guante de seda en puño de hierro cuando ha precisado de éste. Su primer discurso como presidente del PNV ha estado lleno de llamamientos a la concordia, de mensajes a quienes no son nacionalistas, de recuerdo a quienes viven amenazados por los terroristas. Todo son buenas intenciones, que ahora deberá materializar.

Bien es cierto que es defensor a ultranza del Plan Ibarretxe, propuesta abiertamente inconstitucional, pero dialogante. Y hablando se entiende la gente, como muy bien se demostró en los sucesivos gobiernos del lendakari Ardanza. Los españoles necesitamos que la calma y el sentido común se instalen en la vida política, por lo que opino que desde la más radical oposición a los planes del actual lendakari, debemos acoger con razonable optimismo la elección de Imaz al frente del PNV.

*Profesor de Derecho Constitucional