Casi decir ya que son infinitas las veces que señalamos con hastío la pestaña de reCAPTCHA al final de casi cualquier formulario digital. Con demasiado hastío, la verdad. Señalaba Joseph Wolpe cómo la desensibilización sistemática nos va volviendo laxos ante situaciones que, a primera instancia, podrían causarnos cierto estrés. Incesantemente nos vamos flexibilizando más y más, en una sociedad inmersa en la locura del impacto emocional y la sorpresa recurrente como estrategia marketiniana. Como toxicómanos del efectismo, cada vez necesitamos dosis más altas para conseguir atraer nuestro interés y, por ende, desarrollamos una dependencia cruzada al consumo de datos (que no de información) porque contrastarla y apearnos de la monofuente de internet también lleva su tiempo y desgaste de energía, además de hacernos reflexionar, lo que está muy demodé.

Así que cuando un amigo me planteaba a la vuelta del verano que estaba aburrido de contestar esta pregunta de manera sistemática y sin pensar, a mí me dio por hacerlo. ¿Y si lo soy? ¿Y si soy un robot? Porque… ¿cuáles son las pruebas de fe que indican lo contrario? La tipología de pruebas desafío-respuesta dirimirán si soy o no humano. La alternativa al bot en las nuevas versiones sería no hacer tareas repetitivas e iría en función de cómo navego por la red. Pero, claro, somos animales de costumbres, que consultamos los mismos medios, que utilizamos los mismos buscadores y que, paralelamente, somos igual de rutinarios en nuestra vida cotidiana porque precisamente eso es lo que nos da la tranquilidad que aporta la seguridad al saber que tenemos nuestro destino más o menos bajo control.

Es más, según Hiroshi Ishiguro, ingeniero japonés especializado en androides hiperrealistas, «un humano es un animal utilizando tecnología, es por eso que no podemos separarlos; más de un 90% de nuestras actividades se apoyan en la tecnología; esto quiere decir que ya somos prácticamente un 90% robots». Y es entonces cuando a mí me entran los escalofríos, y pienso que la pregunta de seguridad de reCAPTCHA dista mucho de ser retórica para pasar a convertirse en un macabro juego capcioso, máxime si profundizo en las diferencias entre educar y programar que, en muchos casos, se limitan a meros eufemismos.

Encuentro, sin embargo, la tranquilidad cuando me detengo en la capacidad de sentir. Parece que, al menos por ahora, es patrimonio exclusivo de los seres vivos. Solamente, entonces, me preocupa otra cosa: ¿qué nos frena a relacionarnos? ¡Pareciera que estamos aterrados ante la idea de dejarnos afectar por las emociones! Miramos para otro lado ante un indigente, eludimos las visitas a quienes padecen en los hospitales, recluimos a los ancianos en residencias y cada vez nos comunicamos más por Whatsapp, tanto que en vez de la practicidad de una llamada síncrona nos enviamos audios, mientras nos volvemos locos con los likes y la esponjosidad de las frases motivacionales. Amamos la vida, pero no salimos a vivirla. Olvidamos que tenemos el privilegio del que carecen los robots.

*Periodista y experta en seguridad