Con su nuevo peinado y su eterna sonrisa, el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, parece inmune a los avatares de la política diaria. No todos a su alrededor se muestran tan ecuánimes.

Ministros y altos cuadros de la Administración y del PSOE van de cráneo, ora inquietos ora irritados, como consecuencia de la presión que vienen soportando desde el mismo 15 de marzo. Es el PP, que no se resigna a asumir la derrota electoral y que busca a cada minuto pretextos para ejercer su impulso revanchista; es la derecha social, decidida esta vez a no dejar que el poder permanezca en otras manos durante catorce años; son los medios de comunicación de masas (los enemigos golpeando sin piedad y los amigos amagando actitudes críticas); es la jerarquía católica; son los obreros de los astilleros, los agricultores, los promotores-constructores, los funcionarios de prisiones, los nacionalistas de la periferia, los fachas, incluso algunos modernos... La gran alianza neocon tira a matar, los colectivos agraviados quieren lo suyo y la sociedad en su conjunto plantea cada día las más dispares (y a menudo justas) reivindicaciones.

ES SEGUROque el Gobierno actual había contado previamente con el empuje de la oposición (es decir, del PP), pero también imaginaba que en algún momento el escenario se tranquilizaría lo suficiente como para poner a la Administración a velocidad de crucero y poder desarrollar la legislatura como un proceso continuado de reformas pactadas y de movimientos estratégicos apuntalados en el diálogo. Ahora parece claro que no será así: ni habrá tregua ni va a existir la posibilidad de consensuar gran cosa con el Partido Popular. Si Zapatero ha hecho notables esfuerzos para pacificar la política nacional (y en cierta medida lo estaba logrando), Mariano Rajoy no quiere o no puede entrar en ese juego. Flanqueado por Zaplana y Acebes e inspirado por el espíritu vengativo de Aznar, el actual presidente del PP ha apostado por la confrontación total (apuesta que, por supuesto, es anterior al incidente Moratinos).

Las cosas están bastante claras y la única duda es si Zapatero y los suyos van a saber manejar la situación con calma. Ello implicaría una normalización de su actividad para diseñar su propia agenda y no dejar que se la vayan imponiendo la oposición, los obispos o el tinglado mediático afín al PP.

EL GOBIERNOdebe hacer política concreta al margen de editoriales, telediarios y tertulias radiofónicas; debe ser capaz de mantener el contacto con la sociedad mediante mensajes positivos y explicaciones coherentes sin obsesionarse por dar réplicas inmediatas a cada uno de los dardos que dispara la derecha; debe negociar donde se pueda y pasar luego a la acción; debe fijar sus prioridades y atenerse a ellas. No puede permitirse el lujo de meterse en un barullo como el iniciado por el ministro de Asuntos Exteriores, si no es como parte de una estrategia diseñada previamente.

Moratinos tiene razón, de eso no cabe duda. ¡Claro que el Gobierno de Aznar (junto con el de los EEUU) apoyó de facto el golpe de estado contra Chávez en el 2002! Pero ésa no es hoy la cuestión, como no merece la pena mantener vivo el estúpido debate sobre cuánto nos quiere o nos odia el reelegido Bush. Las relaciones Madrid-Washington mejorarán, o no, en la medida en que pueda ir cediendo la actual tensión entre Estados Unidos y la vieja Europa. Será un proceso complejo en el que España tampoco puede (como sugiere la doctrina Aznar) echarse a los pies del imperio a implorar no se sabe qué perdón o a prometer que nuestras tropas volverán a Irak. Es éste un asunto importante, pero no esencial por mucho que se empeñen algunos publicistas.

Ni en lo referido al 11-M o a las relaciones con la Iglesia Católica puede el Gobierno permitirse el lujo de estar a la defensiva. Por el contrario le cabe la opción de dejar que la propia realidad se imponga (por sí sola o con un poco de ayuda). ¿No es cada vez más evidente que los atentados islamistas se vieron favorecidos por la descoordinación de las fuerzas de seguridad y la evidente incapacidad política de los ministros del Interior del PP? ¿No es cierto que el Estado español, aconfesional según la Constitución, financia a la Iglesia en proporciones inéditas (por su importancia) en el resto de Europa?

La política de este país debe serenarse. Para evitarlo presionan a Zapatero. Pero éste debe saber salirse del intercambio de golpes y, como los p¹giles inteligentes, hacer su pelea.