Zaragoza celebra hoy su día grande, una jornada para repensar la ciudad más allá de los actos festivos que inundan las calles. Esta reflexión, válida cada 12 de octubre, cobra este año un especial protagonismo por la cercanía de los comicios locales que pondrán fin a la etapa de Juan Alberto Belloch al frente de la Alcaldía. El socialista, que anunció hace unas semanas que no optaría a la reelección, ha sido el alcalde más longevo de la democracia y uno de los que más impronta ha dejado en la ciudad en los últimos 50 años.

Su mandato ha arrojado importantes cambios estructurales en la capital aragonesa, con un modelo que ha tenido como máximos exponentes la expansión urbanística, la Expo y sus infraestructuras y la implantación del tranvía. Con fervientes servidores y grandes detractores, la gestión de Belloch ha arrojado resultados nítidos, a veces controvertidos, que a nadie han dejado indiferente.

Ante un escenario de relevo en la Alcaldía, sería recomendable que los partidos políticos, y los candidatos designados para encabezar la lista municipal al Ayuntamiento de Zaragoza, desgranaran de inmediato sus intenciones. Podrá argumentarse que es pronto para hablar de programa electoral, término tan devaluado por ser usado en vano constantemente, pero ante la marcha de Belloch y el inicio de un nuevo escenario político, los ciudadanos deberían tener ya elementos de juicio para valorar la ciudad que proponen los partidos, tanto los conocidos como los emergentes.

La primera cuestión que deberían dilucidar los diferentes actores en juego es cómo se puede hacer política sin dinero, dada la delicada situación de las arcas públicas. En la década pasada, los superávits de caja por los desarrollos inmobiliarios y la capacidad de endeudarse a bajo precio invitaron a las instituciones públicas a embarcarse en grandes proyectos, hoy imposibles. En un momento de contracción, convendría que todos los candidatos pudieran desgranar su modelo alternativo. Comenzando por el que será candidato a suceder a Belloch por el PSOE, Carlos Pérez Anadón, que ha de marcar una línea propia cuanto antes para no ser percibido como una mera continuación de su antecesor.

El momento invita a olvidarse de promesas grandilocuentes y a adquirir compromisos firmes con la ciudad consolidada, con los barrios tradicionales, con los servicios propios que se esperan de la Administración local... Pero la multiplicidad de enfoques desde la que dar respuesta a esta defensa de la esencialidad de la política municipal exige que esos actores que dentro de unos meses empezarán a pedir la confianza ciudadana expliquen con detalle las fórmulas para conseguir esos objetivos. Y no solo los candidatos municipales, sino los partidos con aspiraciones de gobernar la comunidad autónoma o el Estado.

Esta legislatura, por ejemplo, se ha perdido la oportunidad de aprobar una ley de capitalidad que, pese a lo rimbombante de su nombre, tendría que responder a un reto sencillo: qué servicios presta Zaragoza y cómo se financian, y cómo se compensa que muchos de estos servicios tengan como usufructuarios a buena parte de los aragoneses. La presidenta de Aragón, Luisa Fernanda Rudi, prometió que presentaría un proyecto de ley durante su mandato, pero a escasos meses de expirar, no ha cumplido con su palabra. Hacerlo ahora, sin tiempo para un debate sosegado, sería claramente un gesto de cara a la galería, infructuoso.

También deberían mostrarse activos en este debate sobre la Zaragoza de mañana los diferentes miembros del tejido social. Tanto las asociaciones de barrios como otros colectivos sociales, que más allá de esperar las propuestas de los partidos que concurrirán a los comicios del próximo mayo, habrían de esforzarse para ser capaces de marcar la agenda de los políticos. Las asociaciones que operan en la ciudad, diezmadas por la crisis y por los temores ciudadanos, tienen que exponer con claridad sus inquietudes e intentar que los partidos alcancen como mínimo la obligación de atender sus necesidades. Siguen siendo necesarias para mantener una sociedad equilibrada y estructurada.

Y qué decir de la ejemplaridad pública, bandera de la política de cara a la galería en los últimos meses pero todavía más un desiderátum que un logro obtenido. En las próximas elecciones, además de un modelo de ciudad, los zaragozanos esperan de la política un compromiso real de regeneración que pasa, además de por esa transparencia en el ejercicio de un cargo público, por desterrar definitivamente las prebendas de las minorías y apoyar decididamente a los desfavorecidos. Una ciudad más justa es fundamentalmente una ciudad mejor.

El próximo debate de la ciudad, que se celebrará en unas semanas en el ayuntamiento, representa una oportunidad única para que los partidos hoy representados proyecten sus intenciones ante el inmediato escenario electoral.