Han pasado ya diez años del subidón que tuvo Zaragoza con motivo de la celebración de la Exposición Internacional del 2008. Un recuerdo que está generando estos días una nostalgia entre muchos ciudadanos provocada, por un lado, por los recuerdos que se suceden desde los medios de comunicación y con las distintas celebraciones que capitalizan las instituciones. Fueron momentos en que la ciudad se transformó por completo, se hizo «mejor, más verde y ciudadana», como ha dicho el exalcalde Juan Alberto Belloch, y los zaragozanos sentimos en carne propia esa transformación. Por primera vez en muchísimos años, la capital se abría al río Ebro, se notaba que algo cambiaba, que se hacían más puentes, que se podía pasear por las riberas, que se construían edificios que iban a dejar huella. Probablemente, el 14 de junio del 2008 los zaragozanos se levantaron con una inyección de autoestima como nunca habían tenido y asumimos que no éramos tan malos como pensábamos y éramos capaces de montar una Expo como la que hubo, que nuestra ciudad no era tan anodina como creíamos y que si todos nos comprometemos, podemos hacer algo grande.

Por otro lado, la nostalgia que tenemos ahora, diez años después, tiene otro importante ingrediente. Desde que en septiembre del 2008 la Expo cerró, nos metimos en una crisis económica que ha sumido a Zaragoza en un momento insulso. Hay nostalgia de aquel tiempo pasado porque desde entonces --con la excepción del tranvía, una consecuencia de la Expo--, la ciudad no ha levantado cabeza. Es verdad que, aunque ha costado, los edificios de Ranillas se han ido readaptando, pero los más emblemáticos siguen cerrados y con el recinto vacío a muchas horas. Fuera de ahí, nada nuevo ha surgido.

Es cierto que cada vez vienen más turistas a visitar la capital, que los chinos recorren el Pilar y los puentes haciéndose fotos sin parar, que los fines de semana se llenan de actividades interesantes como el mercado medieval de estos días... Pero Zaragoza parece una ciudad escondida. No hay un referente en la vida de los zaragozanos, de la autoestima conseguida hace diez años poco se sabe y lo más preocupante es que falta una idea global de ciudad.

Desde el Ayuntamiento de Zaragoza solo se oye un ruido interno que enmaraña cualquier acción de gobierno y distorsiona todo. Es verdad que el alcalde Pedro Santisteve ha sido capaz de poner en equilibrio las cuentas municipales, que se ha dado un gran impulso a las viviendas sociales, que la reforma del Mercado Central merece la pena, y que la vicealcaldesa, Luisa Broto, lo está bordando en la gestión y coordinación de los asuntos sociales.

Pero no es suficiente. Zaragoza, la quinta ciudad de España, necesita seguir teniendo impulsos para crecer como ciudad. Hubo una época en que se llegó a pensar incluso en llegar al millón de habitantes, pero ahora la capital aragonesa ha entrado en una especie de stand by, sin rumbo y sin ningún proyecto que ilusione y genere esa autoestima que necesita toda sociedad. Es significativo que el alcalde no hablara en la gala de recuerdo de la Expo. ¿No tenía nada que decir?

Mañana se presenta un proyecto de museo de movilidad eléctrica para el Pabellón Puente que puede y debe ser un revulsivo. Pero solo es un paso. Para llegar a algo más, hay que generar ideas y consensuar. La Expo de hace diez años fue un ejemplo de cómo una gestión entre todos da muchos frutos. La mayoría de zaragozanos creemos que todo el esfuerzo realizado mereció la pena. Y hay que seguir. Hay que sacar a Zaragoza del escondite en el que está. La ciudad debe volver a estar en la primera línea informativa, atraer a gente de cuantos más lugares mejor y seguir creando aquel ambiente que tanto nos enloqueció hace diez años y que tanto añoramos en momentos como estos.

*Director de EL PERIÓDICO DE ARAGÓN