En el día del Pilar, sin duda el momento más importante del año para Zaragoza y en buena medida para Aragón, la ciudad asistirá de nuevo a esa peculiar afirmación identitaria que es la Ofrenda de flores. Como escenario, las fiestas mayores que en esta ocasión están sorteando no pocas dificultades para mantener un atractivo que se extiende por toda España y más allá.

En estos días, quienes han llegado a Zaragoza desde otros lugares han tenido una sensación que suele ser casi unánime y que es fácil de detectar: la capital aragonesa les ha gustado, la han visto como una ciudad moderna y activa, interesante y sobre todo habitada por un paisanaje acogedor, abierto y amable con cualquier forastero. Muy pocos de los miles de visitantes que han llegado o van a llegar se marcharán con una mala imagen.

Sin embargo, Zaragoza es una urbe que arrastra sus problemas, sus dificultades y sus frustraciones. Está hoy mil veces mejor, más cuidada, más limpia y mejor equipada que hace 50 años. Ha experimentado en los últimos decenios cambios importantes y siempre positivos. Pero no ha logrado transcender su naturaleza de capital de provincia. Su proyección política, económica y sobre todo cultural aún no ha roto moldes.

En algún momento, se quiso ver el futuro de Zaragoza como el de una ciudad de un millón de habitantes, que precisaba grandes expansiones a su propio extrarradio. Pero si tal expansión ya se ha producido, al menos parcialmente, produciendo un gran negocio inmobiliario, el millón de zaragozanos nunca llegó. Ni llegará, al menos en un futuro próximo. De ahí que sea necesario repensar la estructura, el urbanismo, la movilidad y los servicios en función de una realidad: la dimensión actual de la capital aragonesa habrá de permanecer estable durante los próximos lustros. No existe ninguna necesidad de planificar más desarrollos, sino de mejorar la calidad de la ciudad consolidada mediante la rehabilitación, la reforma de sus espacios, la mejora de sus servicios, la pacificación de su tráfico y la modernización de la movilidad.

Será preciso conjugar ambición con una nueva mentalidad acorde con las tendencias de las ciudades más avanzadas. La idea, que aún existe en no pocos zaragozanos, de que los paradigmas urbanos de los años 60 o 70 son definitivos habrá de disiparse. El futuro está llegando ya.