Han pasado diez años de aquella Expo de 2008 que durante todo un verano movilizó Zaragoza con un impulso hasta entonces inédito. En realidad, no fueron solo los meses en los cuales el recinto de Ranillas permaneció abierto recibiendo más de cinco millones y medio de visitantes, sino también los años anteriores, en los que se definió el proyecto, se preparó la candidatura y finalmente se puso en pie toda la infraestructura del gigantesco certamen. La capital aragonesa rememoró así el hito de 1908 (cuando la Exposición Hispanofrancesa transformó la ciudad) y obtuvo inversiones públicas del Estado y de las administraciones autonómica y local en proporciones nunca vistas.

En el décimo aniversario del acontecimiento existe ya la perspectiva suficiente como para valorar lo que la Expo supuso en orden a modernizar Zaragoza, recuperar las riberas del Ebro, acabar los cinturones de circunvalación, introducir la cuestión de la sostenibilidad y sobre todo generar un afán colectivo capaz de reivindicar el presente para proyectarse sobre el futuro. Esa parte, la más positiva, es la que se añora hoy, cuando la ciudad parece haberse adocenado o conformado con vivir el día a día sin mayores aspiraciones ni planes demasiado ambiciosos.

Pero la Expo ha tenido también zonas de sombra, aspectos negativos en el balance final. Hace diez años, las apuestas por edificios concebidos con intenciones emblemáticas pero con escasa o nula planificación de sus usos futuros dejaron en Ranillas y su entorno inmuebles cuya utilización sigue sin definirse. La idea de convertir el recinto de la muestra en una parque empresarial tampoco funcionó y fue preciso derivar allí diversas dependencias públicas. En general, los espacios liberados, ubicados fuera de la trama urbana propiamente dicha, se han quedado lejos de muchos zaragozanos, que los ven como algo remoto e inservible. Y una cosa más: el municipio quedó fuertemente endeudado.

La experiencia debería llevarnos a otras iniciativas que pongan a Zaragoza en tensión y promuevan la calidad de vida de sus vecinas y vecinos. Pero mejor programadas, realizadas con criterios más útiles a medio y largo plazo, ejecutadas con otro rigor y una mayor eficacia de la inversión. Lo que no vale es refugiarse en la crítica la Expo para no hacer nada. Aquello mereció la pena.