Zaragoza vivió hace una década una profunda renovación de infraestructuras, una expansión urbanística y una ampliación de sus zonas verdes como consecuencia de la llegada del AVE y de la Expo 2008 cuyos efectos empiezan a diluirse. En los últimos meses, EL PERIÓDICO ha realizado un reportaje semanal sobre el estado actual de uno de los aspectos clave de esa mejora urbana: el legado artístico asociado básicamente a la recuperación de las riberas del Ebro y al meandro de Ranillas. El repaso ha evidenciado que la importante inversión efectuada, superior a los nueve millones de euros en 20 intervenciones de autores llegados de muchos rincones del mundo, está deteriorándose a marchas forzadas. La colección envejece de forma desigual, con escasa atención ciudadana y evidente desdén en su conservación por parte de la Administracion. Quizás la obra más icónica sea la escultura El Alma del Ebro de Jaume Plensa junto al Palacio de Congresos de la Expo, pero hay otras muchas, como las Pantallas Espectrales de Fernando Sinaga, en La Almozara, o la Válvula de la Alberca, de Miquel Navarro, en la Chimenea, que merecen todos los cuidados.

Fue una idea audaz conseguir que el Estado central asumiera la financiación íntegra de esas obras, en gran medida con el 1% cultural del Gobierno de España, que hasta entonces apenas se dedicaba a restauraciones patrimoniales en el territorio. Por eso es más penoso si cabe que el evidente mejoramiento de la imagen pública de la ciudad languidezca en medio de esa frialidad ciudadana y esa desatención pública.

La sociedad Zgz@Desarrollo Expo, que recibió del ayuntamiento del PSOE la encomienda de proteger y difundir ese patrimonio artístico derivado de la Exposición Internacional, no hizo apenas nada y está hoy en liquidación. La ciudad está gobernada por una coalición, ZeC, que rechaza el modelo de expansión que supuso la propia Expo, y que no sitúa la reconversión del recinto de Ranillas entre sus prioridades. Y decir esto cuando Zaragoza se encamina hacia el décimo aniversario de la muestra sin saber todavía qué uso tendrán los pabellones de España o Aragón, así como el Pabellón Puente de Zaha Hadid o la Torre del Agua, es tanto como afirmar que se desaprovechan las oportunidades que ofrece el legado de una exposición que transformó físicamente la ciudad pero cuya impronta modernizadora no caló lo suficiente.