En estos primeros seis meses de competición nada ha surtido efecto por el momento. Ni la planificación del verano, ni el cambio de entrenador, ni la revolución de invierno. La caída en la clasificación ha sido progresiva hasta llegar al punto crítico en el que ahora mismo se encuentra el Real Zaragoza. Con los puestos de descenso quemando el trasero y con la sexta plaza lejos, a nueve puntos después de la jornada sabatina. En el mejor de los escenarios, ese puesto de privilegio quedaría hoy a seis y en el peor se alejaría a diez.

Recientemente ha habido días en los que un rayo de esperanza se ha colado por la ventana del futuro del equipo. La segunda parte de Murcia, la última media hora en Huesca, el partido contra el Levante a pesar de la derrota... Instantes, nunca dinámicas consistentes, a los que las ilusiones se han ido agarrando para creer que la recta final de la temporada podía ser de otra manera. Hasta que caía otra jarro de agua fría a la vuelta de la esquina.

En ese punto está el Zaragoza antes de recibir al Nástic. Ni va ni viene. Con 48 puntos por repartir, la realidad es otra de la esperada y la meta a corto plazo ha de ser huir del peligro. Sin embargo, mientras haya la más mínima opción de playoff, y todavía la hay, el equipo está obligado moral y profesionalmente a dejárselo todo por que lo que ahora parece un sueño vuelva a ser posible.