El Día Grande de Zaragoza, vivido ayer con gran participación y ambiente festivo, debería ser valorado más allá de la simple exaltación pilarista o de la autoafirmación colectiva como una oportunidad para reflexionar sobre los desafíos que se ciernen sobre la ciudad en un momento de transición entre la incertidumbre. En apenas una década, hemos pasado de un ambiente de euforia por la modernización de infraestructuras el crecimiento urbano y el establecimiento de nuevas prestaciones en la ciudad, con la consiguiente mejora en los indicadores sociales y económicos, a un escenario de restricciones públicas y privadas, lleno de dudas y con un número creciente de ciudadanos camino de la exclusión. Ante esta evidencia sería necesario que la capital aragonesa repensara algunos de los paradigmas sobre los que han funcionado en los últimos años.

Si tuviéramos que resumirlo en un lema, habríamos pasado del Zaragoza crece de principios de siglo al Zaragoza protege del momento actual. La ciudad, con su entramado cívico e institucional, se ha convertido en una realidad imprescindible para ayudar a quienes la crisis económica ha expulsado de sus modelos de vida anteriores. De entrada, porque el ayuntamiento lleva una legislatura haciendo una buena labor en acción social, multiplicando esfuerzos en un momento de restricción presupuestaria por el descenso de la actividad económica. El consistorio ha sabido identificar las prioridades y hasta las urgencias de una parte creciente de la población, necesitada de ayudas directas y sencillas de obtener. Pero también, y especialmente, porque la crisis ha puesto de manifiesto la potencia de una red de colectivos sociales sobre la que descansa buena parte de la asistencia y del apoyo a los desfavorecidos. Asusta pensar qué ocurrirá si finalmente a la ciudad se le impidiera operar en el ámbito de la acción social una vez aprobada la nueva ley de régimen local que transfiere a las comunidades autónomas la responsabilidad de este tipo de prestaciones. Y ni que decir tiene que más preocupante aún sería comprobar que organizaciones como Cáritas o Cruz Roja, por citar solo dos de las más reconocibles de entre las decenas existentes, se quedaran sin apoyos públicos y privados para seguir ejerciendo su encomiable labor. El último Observatorio de la Realidad Social en España realizado precisamente por Cáritas es elocuente, y pone de manifiesto que la pobreza extrema se ha duplicado en el país en cinco años. El 6,4% de la población se ve obligada a vivir con ingresos inferiores a 307 euros mensuales, cuando antes de la crisis el porcentaje no pasaba del 3,5%. Los datos en Aragón son muy similares.

Pero no solo la exclusión creciente representa un desafío para la ciudad. También lo es la preocupante espiral de pérdida de peso industrial, solo enjugada por las buenas noticias que llegan de General Motors en Figueruelas. El insoportable número de parados que arrastra Aragón solo se enmendara con un verdadero plan de apoyo a la industria que vaya más allá del Plan Impulso aprobado recientemente por el Gobierno de Aragón. Casos como el vivido estas semanas atrás con el cierre de Tata Hispano, y el presumible traslado de la producción a Marruecos, ponen de manifiesto las debilidades estructurales de la ciudad para retener grandes empresas en un marco de competencia internacional cada vez más abierto. Solo con la mejora de los servicios no saldremos de ésta.

Por eso se echa de menos que se produzcan avances más arriesgados para diseñar un planeamiento de futuro para Zaragoza. Es ahora cuando se necesita un plan estratégico, y no mientras las cosas fueron bien y la planificación o las ideas de futuro se veían superadas por la propia realidad. Es, en definitiva, la hora de reactivar Ebrópolis, los consejos de ciudad, etc., como foros de pensamiento para reactivar la ciudad. O incluso de aprovechar el inminente Debate del Estado de la Ciudad, que suele celebrarse en noviembre, para convertirlo en algo más que un pim pam pum entre concejales de los diferentes grupos políticos. También parece el momento de pactar una ley de capitalidad con el Gobierno de Aragón, que redefina competencias, aclare la financiación de las prestaciones y regule la relación de la capital con el resto del territorio. Podrá argumentarse que la nueva norma autonómica se encuentra subordinada a la aprobación definitiva de la mencionada reforma de la ley de Régimen Local, del mismo modo que tiene todo el sentido reclamarla por cuanto se trata de un compromiso electoral de los partidos gobernantes en la comunidad.

Las fiestas acaban hoy, y lo hacen después de unos días en los que los vecinos han tomado la calle, siendo protagonistas de unos días de pertinente expansión, pero la vida sigue. Y con ella las necesidades y los retos de una ciudad que sigue siendo el primer y más reconocible marco institucional y de convivencia para unos ciudadanos que buscan referencias, sustentadas en hechos, para seguir sintiéndose orgullosos de ser zaragozanos.