Zaragoza tiene tirón entre la gente que nos visita. La sensación de la mayoría de forasteros que estos días, por ejemplo, han hecho turismo aquí con ocasión de las Fiestas del Pilar es prácticamente unánime y fácil de detectar: la capital aragonesa gusta, la ven como una ciudad moderna y activa, interesante y, sobre todo, habitada por un paisanaje acogedor y amable con cualquiera que se acerca. Muy pocos, por no decir ninguno, se irán con una mala imagen de la Zaragoza bimilenaria. Sin embargo, y a pesar de que todas las transformaciones y cambios que ha registrado en los últimos años han sido muy positivos, la capital no parece saber aprovechar todo lo bueno que tiene como ciudad mediana del interior del país, con calidad de vida, y su proyección política, económica y cultural todavía no ha roto moldes.

La capital aragonesa ya no necesita crecer. Este debe ser el primer planteamiento. El sueño del millón de habitantes fue una quimera que ya ha pasado. Hay que tener muy claro que la dimensión actual de la ciudad es la idónea y habrá de mantenerse así durante un largo periodo de tiempo. Por eso, toda la estructura de ciudad, el urbanismo, la movilidad y los servicios deben repensarse bajo esa premisa y con una clara ambición: como quinta ciudad de España, Zaragoza bien puede aspirar a liderar el grueso de ciudades medianas que tienen mucho que aportar al conjunto del país. Y ahora es el momento porque en Europa son estos modelos de urbes los que van ganando adeptos entre las grandes empresas, que sobre todo buscan un buen acomodo y calidad de vida para sus trabajadores; entre los eventos culturales importantes, cuyos promotores ven que tienen más prestancia en territorios más pequeños que en las enormes capitales del mundo; e incluso entre universitarios europeos que se sienten más atraídos por ciudades con encanto que por las macro de siempre.

Es momento pues para los gobernantes actuales de ver cómo es posible mejorar la calidad de vida de la ciudad. La movilidad es la parte más importante. Zaragoza fue una de las ciudades españolas que encabezó la revolución de las bicicletas hace ya más de diez años y debe continuar en esa línea de pacificación del tráfico y de modernización de la movilidad. Es una de las claves de la calidad de vida que todos los que nos visitan echan de menos en sus ciudades de origen. El proyecto Mobility City debe ser aprovechado por el Ayuntamiento de Zaragoza pero no solo para traer a grandes expertos que cuenten sus ideas o a infinidad de elementos de exposición que configuren una feria. Hace falta ejecutar acciones basadas en esas nuevas ideas de movilidad que se están recogiendo en Zaragoza.

Sin descuidar los nuevos barrios de expansión, los gobernantes deben echar el resto en la ciudad consolidada. Las imágenes de muchas calles importantes de esos barrios de siempre son tan poco atractivas que necesitan proyectos de rehabilitación, de reformas de espacios y en algún caso de transformación social. Dotar a esas otras partes importantes de la ciudad de calidad y mejores servicios es otra de las tareas pendientes.

Esos deben ser los proyectos estrella de Zaragoza, y más cuando seguimos inmersos en auténticos quebraderos de cabeza económicos porque las cuentas municipales cuadran mal. Nadie discute que el campo de fútbol de La Romareda necesita de algo más que apaños. Pero no es el proyecto clave que la ciudad necesita ahora. Está bien querer involucrar a todos o en fijarnos en modelos como el de Bilbao, pero no hay que hacer populismo. Los grandes negocios inmobiliarios ya se han hecho en esta ciudad durante muchos años y es momento de olvidarse de esa forma de hacer desarrollo, más propia del siglo pasado. Quizás es más propio pensar un poco más en la cultura. Es verdad que Zaragoza tiene mucha oferta, principalmente privada, pero se echa de menos ese impulso por parte de lo público. Es otra forma de agigantar ciudades medianas como la nuestra.

El Ayuntamiento de Zaragoza debe conjugar ambición con una nueva mentalidad acorde con las tendencias de las ciudades más avanzadas. Un nuevo concepto para una corporación que tiene muchos años por delante. Los visitantes que se van de la ciudad con esa buena imagen tienen que tener cuantas más excusas mejor para volver a la capital a trabajar, a divertirse o a hacer turismo, aunque sea religioso. El futuro está llegando ya y sería nefasto que la capital no supiera qué hacer en este momento en el que muchas ciudades europeas como Zaragoza están en vías de transformación.

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