Nunca es tarde si el reconocimiento es bueno y sincero. Así fue acogido ayer el homenaje que la ciudad de Zaragoza rindió a los 62 militares muertos al estrellarse en Turquía el avión que les traía de Afganistán, donde habían realizado una memorable labor humanitaria. El alcalde, Juan Alberto Belloch, muy conmovido desde que sintió como suyo el dolor de las familias en la montaña de la tragedia, transmitió el testimonio de afecto, solidaridad y agradecimiento que los ciudadanos sienten por quienes desde ayer son hijos predilectos y adoptivos de la ciudad.

Nunca están de más las muestras de reconocimiento público, sobre todo si, como en este caso, no han existido antes porque ha habido un empeño oficial en silenciar el dolor y ocultar el luto. Por eso, el homenaje de ayer en el Auditorio de Zaragoza y el que pasado mañana presidirá el Rey Juan Carlos en la celebración de la Fiesta Nacional, no sólo pretenden saldar una injusta deuda con quienes murieron en acto de servicio, sino aliviar en parte el desgarro que sufren sus familias. Para eso es necesario también que la Fiscalía de la Audiencia Nacional actúe con diligencia en la investigación del caso. De lo contrario, los homenajes se quedan sin contenido.