Cuarenta y ocho horas después de que la Zaragoza de orden celebrase la inaudita imputación del concejal Cubero, la Gerencia de Urbanismo de la Muy Heroica Ciudad decidió dar por buenas las irregularidades del Aura y vetar el cierre de un local que, según los informes técnicos del propio ayuntamiento, lleva años incumpliendo las normas. PP y Ciudadanos, con la morbosa colaboración del Grupo Socialista, decidieron que llevarle la contraria a ZeC (apoyada en este caso por CHA) bien justifica el caos administrativo.

Llegados a este punto, mi duda ya no se refiere a si los comunes zaragozanos son la gente espabilada, hábil y bien preparada que requería la ardua labor de darle la vuelta a esta capital aragonesa, patria del pelotazo urbanístico y rehén de una oligarquía basta, inculta y extremadamente codiciosa... No, doy por hecho que los alternativos capitaneados por Santisteve van justitos; pero ese no es ahora el principal problema. La cuestión radica en por qué esta ciudad ha de tolerar que todas las reglas salten por los aires, que los organismos municipales avalen por mayoría (PP, PSOE, C’s) cualquier transgresión conveniente y que, para joder a los ababoles de ZeC, se aplique como nunca jamás la más grosera (y sospechosa) ley del embudo.

Esto está llegando muy lejos. Zaragoza en Común es una plataforma político-ciudadana frágil, demasiado complicada y escasamente operativa. Pero sus oponentes, al atacarla mañana tarde y noche, se están retratando como enemigos acérrimos no tanto de una dudosa alternativa electoral como de cualquier mínimo orden democrático que ponga en línea esta bendita urbe. Frente a ZeC no se alza el sentido común y el buen criterio, sino la arbitrariedad, el chanchullo y el neocaciquismo.

Ya hubo en Zaragoza una movilización conservadora para acabar con aquella Chunta que osó poner sus manos sobre la Delegación de Urbanismo. Lo de ahora empieza a ser más descarado aún. Huele a señoritismo, a «esta es mi finca», a «qué se han creído estos». Así, ZeC incluso puede quedar justificada.