La ceguera es una enfermedad devastadora que afecta a 39 millones de personas en el mundo. Hay, además, otros 160 millones de personas con discapacidad visual grave, es decir, con menos de un 5% de visión. ¿Qué ocurriría si todas ellas pudieran llegar a ver a través del tacto?

Este es el objetivo de un estudio que está realizando en la Universidad Complutense de Madrid el doctor Tomás Ortiz Alonso. El catedrático de Psicología Médica impartió ayer la conferencia inaugural del ciclo Aula Montpellier, foro de referencia en Aragón en la divulgación científico-médica que celebra este año su 20º aniversario.

El equipo multidisciplinar e internacional del doctor Ortiz ha logrado desarrollar un sistema y un entrenamiento para dar información espacial a distancia -“hasta ahora estamos con una distancia de entre uno y tres metros”, indica- a los invidentes a través del tacto pasivo.

“Las diferencias entre el tacto activo como el que se realiza en la lectura Braile y el pasivo son que el tacto activo toma mucho tiempo, se lleva a cabo en segundos, reconocer primero las partes para llegar al total de lo que se está explorando, mientras que el tacto pasivo toma muy poco tiempo, se lleva a cabo en milisegundos. La información de la imagen, objeto o estímulo espacial se adquiere de forma inmediata al igual que en la imagen visual”, explica el ponente.

Este sistema consta de una microcámara instalada en unas gafas normales que permite reconocer los estímulos espaciales a distancia y a su vez enviar dicha información en forma de contornos o siluetas a un dispositivo táctil con casi mil puntos de estimulación que se pone en la palma de la mano. El ciego tiene que entrenarse para adquirir la capacidad de poder decodificar la señal táctil que recibe su mano en información visual y espacial por parte de su cerebro.

“El entrenamiento y los tiempos son similares a los de los videntes”, indica Ortiz, que pone como ejemplo los seis meses en los que un niño con ceguera puede aprender a leer con el sistema táctil pasivo, “con media hora diaria de entrenamiento y un curso específico”.

En este momento el sistema está bastante perfeccionado y se ha demostrado que funciona, como avalan varias publicaciones científicas donde se señala que, incluso, en un número importante de casos estos invidentes generar sensaciones visuales.

Sin embargo, destaca Ortiz, “queda aún bastante refinamiento por hacer no solo en el entrenamiento, sino en verificar que este sistema es también útil para integrar al invidente en su entorno familiar, escolar o laboral, y en la calle”.

EXPORTABLE A OTROS INVIDENTES

Los estudios desarrollados por el doctor Ortiz se centran principalmente en la población infantil y juvenil, de entre 4 y 11 años. “Los niños tienen la ventaja de tener una plasticidad en su cerebro más rápida que en los adultos y, por varias razones científicas, los niños con ceguera congénita ofrecen una ventana de oportunidad para el estudio del entrenamiento con estimulación táctil repetitiva”, sostiene el investigador.

Este entrenamiento, “convenientemente realizado”, podría proporcionar respuestas exportables a otros invidentes, ya sea con ceguera adquirida o congénita, de cualquier edad, “excepto para aquellos en los que exista una lesión en las áreas cerebrales responsables del reconocimiento”.

Además, según asegura el ponente, “el acortamiento y mejora de este proceso de entrenamiento, además de la demostración incuestionable de la capacidad de integración, permitiría el uso generalizado del dispositivo de visión táctil a nivel mundial”.

Los resultados científicos encontrados hasta ahora permiten entender que el niño ciego que ha sido estimulado mediante este sistema de estimulación táctil pasiva consigue una neuroplasticidad crosmodal que permite llegar a áreas multimodales y visuales primarias.

Al ser estimuladas por la vía del tacto, el sujeto puede reconocer a una distancia de un metro personas, objetos, letras, palabras y lectura. “Incluso con estímulos muy simples hemos conseguido que algunos ciegos puedan tener sensaciones o qualia visual”, afirma el investigador.

El objetivo final de todos estos trabajos es que “las personas invidentes lleguen a ver como nosotros, que vean físicamente”, indica Ortiz. El reto ahora pasa por ampliar los estudios a sujetos cada vez con menos edad, para poder aplicar el sistema a una edad temprana.

“Creemos que con más investigaciones y conocimientos sobre el cerebro seremos capaces de dar a los niños ciegos una ventanita de luz en tanta oscuridad”, concluye el catedrático.

CINCO PONENCIAS Y UN TALLER

La ponencia Neuroplasticidad Crosmodal. ¿Un ciego podría llegar a ver mediante el tacto? en la que el doctor Ortiz explicó el resultado de sus estudios en el auditorio del Hospital HLA Montpellier de Zaragoza, es la primera de las cinco que conforman la 20ª edición del ciclo Aula Montpellier.

A esta le seguirá el 27 de febrero la charla Contribución de la Nanociencia a las nuevas terapias y diagnóstico médico, a cargo de Ricardo Ibarra, catedrático de la Universidad de Zaragoza y director del Instituto de Nanociencia de Aragón.

El 26 de marzo será el turno del catedrático de Medicina Nuclear de la Universidad Complutense, José Luis Carreras, que impartirá la ponencia Neuroimagen molecular y el sueño de Cajal: el ejemplo de las Afasias.

Antonio Torres, catedrático de Medicina de la Universidad de Barcelona, ofrecerá el 30 de abril la conferencia El problema del futuro de los antibióticos. Las nuevas modalidades del tratamiento antiinfeccioso.

Finalmente, el 28 de mayo tendrá lugar la ponencia de clausura Las enfermedades neurodegenerativas. Reto biomédico del siglo XXI, impartida por el catedrático de Fisiología de la Universidad de Sevilla y director del Instituto de Biomedicina de Sevilla, José López Barneo.

La actual edición del Aula Montpellier incluye además el taller práctico Abordaje integral de la insuficiencia cardiaca en síntomas refractarios. La conexión entre niveles asistenciales, en el que participan como ponentes miembros del Grupo de Investigación en Insuficiencia cardíaca y Fisiopatología de la Interacción Cardiorrenal (GIIS 43) del IIS Aragón, Hospital Clínico Universitario ‘Lozano Blesa’ y HLA Clínica Montpellier.