El Real Zaragoza despide hoy el curso en Alcorcón en el que sin duda es su partido más invisible de la historia reciente y probablemente también de la pasada. Con el equipo sin nada que jugarse y con el club que acaba de cambiar de manos en un proceso de salida de Agapito Iglesias y de entrada de ese grupo empresarial que tiene todavía muchas sombras e interrogantes que se deben ir despejando en las próximas semanas, sobre todo con la llegada de un fondo inversor. Alcorcón, el campo de Santo Domingo, es el primer partido de la nueva era del club, el primer envite sin Agapito, tras ocho años de destrucción del hasta el miércoles pasado máximo accionista. La transacción de acciones, tan compleja como llena de vericuetos, ha supuesto su adiós, una despedida esperada y deseada por el zaragocismo, que está a la expectativa de poder ver los tiempos de esperanza en la nueva era.

Y es que el Zaragoza es ahora un campo de dudas, sobre el proyecto deportivo y sobre el futuro económico, si bien la entrada del grupo que encabeza Javier Lasheras sí les sirve para afirmar que los pagos para acabar la temporada y que el Zaragoza pueda estar en la parrilla de salida de la próxima categoría de plata están asegurados. Y, si su palabra se cumple, el equipo aragonés estará el 24 de agosto en Segunda fruto de una lamentable temporada, de un nivel de mediocridad inaguantable y de un grupo de futbolistas que, salvo alguna excepción, no ha dado ni lejos el mínimo de su nivel.

TARDE DE DESPEDIDAS

Muchos de ellos dicen adiós hoy. El Zaragoza solo tienen 12 jugadores con contrato en vigor --14 con los regresos de Porcar y Ortí-- y ni los que tienen esa vinculación cuentan por segura la continuidad, porque la revolución se atisba importante. Así que Alcorcón será un partido propicio solo para sacar el pañuelo a un grupo amplio de futbolistas intrascendentes o a otros que no ofrecieron lo que se esperaba de ellos.

Sí seguirá, salvo giro imprevisto, Víctor Muñoz, que hoy llega a Alcorcón con el objetivo de la permanencia cumplido desde la semana pasada tras el empate ante el Sporting. Viendo la historia y la afición del equipo esa continuidad en la categoría de plata --dos temporadas seguidas por primera vez en 60 años-- es un objetivo indigno, tristísimo, la mejor muestra de la degradación a la que sometió Agapito al club, pero no se puede olvidar que cuando el técnico aragonés tomó las riendas del equipo tras la jornada 30 el descenso a Segunda B empezaba a ser una amenaza más que real.

Tampoco se juega nada el Alcorcón, que hizo los deberes para la permanencia desde que Pepe Bordalás asumió el control del banquillo. La reacción con el técnico alicantino, el preferido por Pitarch en noviembre cuando no pudo echar a Paco Herrera, le ha llevado a ser el cuarto mejor equipo en las 17 últimas jornadas y para llegar sin apuros a la jornada final, lo mismo que el Zaragoza, lo que pone en evidencia, otra vez, el mediocre curso del conjunto aragonés.

El caso es que a esta agónica campaña se le pone fin hoy en un partido que solo es importante por el cambio de gobierno en el club, por ser el primero tras los ocho años de oscura etapa con Agapito. Ojalá sea el primero también de una era que permita reconstruir todo lo mucho que el soriano derribó.