Desde el momento en que el Real Zaragoza anunció que iba a poner en marcha un ERE para reorganizar estructural y económicamente las diferentes áreas de la SAD, presas de una sobredimensión y un sobrecoste extraordinarios, su nombre estaba el primero de la lista. Ayer el club hizo público el acuerdo alcanzado con Óscar Luis Celada, médico del primer equipo, para su desvinculación de la entidad tras algo más de seis años de servicio.

Al pacto se llegó de manera amistosa, como no podía ser de otra manera con un hombre del talante, la clase y la categoría profesional de Celada. A este proceso tan impopular, que ha afectado a futbolistas mediante desvinculaciones, ahora a un profesional cualificado y en adelante a los sueldos de unos muchos y al puesto de trabajo de tantos otros, los nuevos propietarios están tratando de imprimirle una buena disposición para evitar episodios de conflicto desagradables como en el pasado.

La marcha de Celada obedece a diferentes razones: financiera, de duplicidad de puestos en el propio Zaragoza, de incompatibilidad con su cargo en la selección española y de imposible cohabitación con el nuevo modelo médico, externalizado como el de tantos otros equipos de fútbol. Celada ya estuvo a punto de salir del club hace unos meses con la anterior directiva, pero entonces Agapito Iglesias frenó aquellos planes, que ahora se han culminado de la misma manera.

La cuestión es que por hache o por be, el Zaragoza prescinde del profesional mejor preparado de los dos que tenía en el área y mantiene en su estructura a Jesús Villanueva, cuyo arroz se pasó en el siglo pasado y cuya continuidad es indefendible desde cualquier lógica. Las decisiones económicas son duras, pero necesarias. Tanto como una política de gestos adecuada. Con la permanencia asumida de Villanueva, por razones tan oscuras y viejas como su estatus, el club ha dejado pasar un excelente momento para renovarse de verdad. Ha preferido que por esa ventana siga saliendo aquel rancio y pestilente olor a alcanfor.