Otra vez Alvaro. Otra vez el ángel negro de un Real Zaragoza muy gris, sin contrastes. En otras ocasiones fue crucial para superar situaciones adversas. Por ejemplo cuando impulsó la remontada en El Sardinero, o el día que marcó el segundo tanto en Montjuïc. También en aquel partido crucial en Vigo, abriendo el marcador frente al Celta. Y qué decir de su salto en El Sadar, un cabezazo frenado por la mano de Moha que supuso la expulsión del centrocampista, un penalti de oro y el gol de Villa que dio el triunfo al conjunto aragonés. Ayer estuvo toda la tarde bajo la sombra alargada de Morales, un ciprés imposible de talar incluso para Milito, plantado como una premonición en el que suponía el ensayo del funeral zaragocista. Pero Alvaro Maior no se rinde nunca.

En el último segundo, en el minuto 92, el central despidió al enterrador con un zarpazo zurdo desde fuera del área que se hubieran disputado por su belleza Rivelinho o Zico, dos de los mejores 10 de la historia del fútbol brasileño, jugadores con un guante de hierro en sus pies izquierdos. Su equipo se revolvía dentro del ataúd que le había construido un Osasuna perfecto en defensa pero patoso en ataque. Encarcelado por un rival superior, a dos metros bajo tierra, el Real Zaragoza era un grupo bisoño y ansioso que pataleaba frente a la puerta de un adversario de barba cerrada. En esa situación de orfandad, sólo el carácter puede obrar milagros. Para eso está Alvaro. Con un disparo cruzado rescató al equipo de su agonía, le devolvió a la vida para seguir luchando por la permanencia y organizó todo un carnaval en la celebración.

PRECISION El encuentro respondió con fiel precisión a la expectativas, y sólo el final, por la carga emotiva del significado de los tres puntos y la forma de conseguirlos, rasgó el guión de cuajo. Osasuna blindó el partido con la frialdad de una máquina y el Real Zaragoza se abandonó al gesto individual y a la improvisación, cayendo en lo previsible y facilitando al labor de Josetxo y Cruchaga, inmensos atrás. Como arriba Morales, quien se llevó todos los balones aéreos y que falló la gran ocasión con la pelota en los pies. Fue un momento dramático, una escapada de Moha al filo del descanso que acabó con el pase de la muerte. Solo ante Láinez, el tallo uruguayo despreció el regalo y lo tiró por encima del larguero.

En la primera parte Láinez sostuvo al Real Zaragoza con dos intervenciones de la suyas, a volea de Muñoz y, cómo no, a testarazo de Morales. En ese periodo Soriano dio la talla. En la segunda parte, mucho más. Repudiado por Víctor hasta ayer, el aragonés fue el zaragocista más coherente cumpliendo con lo suyo y casi con lo de los demás. Le faltó costumbre y puntería en dos nítidas oportunidades de marcar.

El técnico, en plena escenificación de la tragedia, metió en escena a Cani, a Juanele y a Yordi. No fue un delantero el héroe, sino un ángel negro y musculoso, el ángel de la guarda. Alvaro Maior.