Tras la alegría viene la decepción. Nunca falla en el Real Zaragoza. Hay tantas ganas de volver a disfrutar que la propia ilusión juega a veces malas pasadas. Bien lo sabe Jesús Ruiz Moreno, que acudió el pasado fin de semana a La Romareda por primera vez en sus seis años de vida. Fue ese partido que jamás se olvida y que se recuerda con especial cariño. Aquel en el que, habitualmente, un familiar o ser querido te introduce con dulzura en la que será tu nueva casa.

En los alrededores del estadio le apareció esa sensación que siempre rodea al buen aficionado. Esa que te hace creer que vas a ganar, porque, al fin y al cabo, vas al campo y el fútbol tiene que recompensar tu presencia con un triunfo, o al menos con un buen espectáculo. El joven Jesús se estrenó como sufridor. Esa bendita penitencia. El Real Zaragoza perdió, pero no será un suceso aislado, pues aún le tocarán cientas de decepciones más. Ante el filial del Sevilla fue el primer chasco y también el primer amanecer.

Aquella imagen tomada por Jaime Galindo en el fondo norte del coliseo zaragocista dejó inmortalizado el sentir del aficionado tras la derrota ante el Sevilla Atlético. Una forma dura de volver a la realidad, difícil de digerir. Desde la grada se filmó a un niño zaragocista armado con su bufanda y hundido en lágrimas bajo un llanto inconsolable. El pequeño Jesús abandonó cabizbajo el estadio, pero apenas tardó unos minutos en volver a levantar la mirada. Le dijo a su padre de ir a ver a los jugadores. El sofoco ya se había pasado y quería estar con Borja Iglesias, Raúl Guti y compañía. Él lo había pasado mal, pero comprendió que lo importante en aquellos momentos era dar ánimos y alentar a los jugadores, a sus jugadores. Por acto de fe, o por solo ser un niño, ya se había vuelto a levantar para seguir al pie del cañón.

El pequeño Jesús ya latía en blanquiazul desde que apenas levantaba unos palmos del suelo. Lo hizo en tiempos complicados para el aficionado local, siempre amenazado por la influencia de esos equipos que parece que solo pueden ganar; la opción fácil para escoger. En esta familia el zaragocismo va ligado en la idiosincrasia del apellido, es como si el Real Zaragoza fuera un legado más que se transmite de generación en generación.

De padres a hijos

Jesús Ruiz, el abuelo, se lo inculcó a Jesús, el padre, y este al joven Jesús, algo que no fue tarea fácil, puesto que no residen en la capital del Ebro. El chiquillo vive en Manresa, un territorio donde el Barcelona ejerce su autoridad. Sin embargo, él rompe con la norma. Acude al colegio con la camiseta blanquiazul con total orgullo y sin ningún complejo.

Junto a su padre se ha visto todos los partidos históricos en el sofá de la ciudad catalana. Vibrando con el gol de Nayim, cuando Galletti tumbó a Los Galácticos en la final de Copa del Rey o a Diego Milito devorando al Real Madrid con aquel 6-1. Ahora ve a un equipo en Segunda, pero sabe que sigue siendo el mismo. El mismo, pero en otro contexto y no por ello peor que antes.

Hasta el momento no ha vivido noches de gloria, todavía no sabe que es aplastar a un gigante o alzarse con una Copa, tan solo le basta con sentir una fuerte identificación con su club. Jesús descubrió que le esperan muchos batacazos como zaragocista. Es algo que va en la identidad de este equipo, donde es importante saber celebrar, pero aún más relevante es saber recuperarse tras el desengaño. Jesús llorará más veces, como ya lo hicieron su padre, o su abuelo. Algo que le pasa a todos los hinchas. Pese a su edad demostró la actitud que se debe tener ante las adversidades que siempre surgen en el balompié. Vertió lágrimas y acto seguido fue a ver a sus futbolistas favoritos, los de su club. Deseando volver al campo para volver a sufrir y tomarse la revancha con el fútbol. Así se comporta el buen zaragocista.