--Antes de ser presidente del Real Zaragoza ya le apasionaba el fútbol. ¿Su intención era jugar?

--Sí. Desde que me entró el veneno del fútbol a los 8 años y mis padres se trasladaron a vivir a la Ciudad Jardín, empecé a aprender en los Salesianos, y a jugar y jugar y jugar.

--¿Pudo jugar en el Zaragoza?

--A los 14 años me llamó el Zaragoza para hacer una prueba en el Arrabal, donde están las balsas del Ebro Viejo, en el campo que se fundó en 1922 por parte del Stadium que le dio la corona real al Zaragoza actual. Tuve tan mala suerte que me rompí el brazo a los 14 minutos y ahí se acabó mi primera experiencia. Al año siguiente me volvieron a llamar a la Copa Zaragoza, de la que sacaban el equipo juvenil.

--¿Tuvo más suerte?

--En mi equipo, el Santos Majestad, estábamos Bustillo y yo. Ese año me llamaron, y a Bustillo también, evidentemente. Pero hacían unas cribas tremendas y nunca llegué a estar en el primer equipo. El Zaragoza me cedió al San Lamberto y cuando acabé juveniles, como no contaron conmigo, fiché por el San Antonio, de Primera Regional. Metí 40 goles y me vino a buscar el Madrid. Llegué a jugar un partido, con García Remón de portero. Mostraron interés para que jugara en el Aficionado, pero yo me tenía que sufragar todo, la pensión y lo demás. No podía y me tuve que volver.

--¿Cuándo llegó al Aragón?

--Aún me llamó otra vez el Madrid al año siguiente, pero nada. A raíz de eso me llamó el Deportivo Aragón, con el que entrenábamos muchas veces en La Romareda con los Magníficos. Se divertían mucho con nosotros, hacíamos de sparring. No llegué a jugar más que un amistoso. Estaban Planas, Bustillo... Creía que jugaba bien, pero no daba esa categoría, me faltaba algo. Luego jugué por las categorías regionales hasta que me entró años más tarde el gusanillo del fútbol sala.

--También entrenó en Salesianos. ¿Llegó a dirigir a Víctor Muñoz?

--Sí, cuando él tenía 14 años, en infantiles. Yo tenía el carnet regional de entrenador.

--¿Cómo fue de la pista al sillón de la Federación Aragonesa?

--En el fútbol sala yo me defendía bien porque no tenía que correr mucho. Montamos un equipazo, ganábamos a todos y el Salduba se ponía hasta arriba. Hasta que una vez hubo una reunión para montar la nueva federación y yo asistí. Nos queríamos separar de la federación de fútbol, que no dejaba crecer al fútbol sala. Lo que pasa es que la mayoría de los que asistieron a esa reunión no tenían capacidad económica para firmar algunas cosas. Así que me encontré con que eran todos grandes colaboradores pero no había cabeza visible y tuve que dar un paso al frente. En dos años pasamos de 20 a 300 equipos.

--¿Por qué decidió presentarse a las elecciones del Real Zaragoza?

--Me di cuenta de que no se me daba mal la gestión. Anunció Sisqués que se marchaba y se iba a presentar Navarro. Era lo mismo, como si no hubiera cambios, y el Zaragoza lo que necesitaba era un cambio absoluto.

--Así que se presentó y ganó.

--Yo sabía que iba a ganar. Conocía a la gente de la calle, me conocían por los campos... Los que no me conocían eran los de tribuna. Así que saqué el doble de votos que Miguel Beltrán.

--¿Qué se encontró?

--Antes de celebrar la primera junta, Julián Díaz, que era secretario general, nos trajo un papel con una deuda de 60 millones de pesetas. Teníamos previsto un plan económico, avalamos la cantidad entre todos y se salió adelante. Ahí empecé la misma gestión que he llevado en mi empresa y en mi casa, que es no gastar lo que no tienes. El primer año logramos un superávit de 300 millones e hicimos operaciones importantes como la venta de Barbas en 205 millones y la de Amarilla en 50 más otros 35 estimados en un amistoso, además de pagarnos algunas deudas. Capté ingresos y solo gasté 59 en Rubén Sosa.

--Se encontró con un entrenador, Enzo Ferrari, que no le gustaba.

--Lo que no me gustaba era lo que cobraba. Entre él y su ayudante, Cleante Zat, se llevaban 60 millones de pesetas. Tampoco el equipo estaba haciendo una gran temporada, no había una relación calidad-precio.

--¿Se montaba en el autocar con los jugadores?

--Sí, lo primero que hice casi como presidente fue montarme en el autobús a Bilbao. Fue un espectáculo en España porque ninguno lo hacía. Pero eso era lo mío, yo era un hombre de a pie.

--De entrada, un partidazo en San Mamés, con dos goles de Barbas y uno de Pedro Herrera.

--Sí. Ganamos 0-3 en Bilbao. Fue un partidazo del que el equipo salió ovacionado. Y comenzó a cambiar todo.

--Y ganaron en el Bernabéu.

--Sí, la primera vez en toda la historia. Eso le costó el puesto a Luis de Carlos. Entonces entró Mendoza, que se mostró muy agradecido con nosotros. Decía que gracias al Zaragoza había entrado en la presidencia. Nos vendió a Fraile y Pineda y nos cedió a Pardeza. Fíjese qué tres.

--Una vez liquidado Ferrari, eligió a Luis Costa.

--Ferrari ya sabía que no estábamos por la labor de pagar esos 60 millones entre los dos, 40 y 20. Luis Costa se lo había ganado. Había hecho campeón de España aficionado al filial e incluso lo había ascendido a Segunda A. Los méritos los tenía todos, además de ser un hombre de la casa y un técnico que se adaptaba a la economía de aquel instante. Pasamos de gastar 60 millones a gastar 8.

--¿Cómo recuerda la apuesta por Rubén Sosa?

--Al poner a Luis Costa ya demostré que no me temblaba el pulso. Además, vino Pardeza con 20 años para formar la delantera con Rubén Sosa, que tenía 19. Luis Costa me dijo: "¿Pero vamos a jugar con estos chiquitines?". Sí, era mi idea. Cambiamos por completo el sistema y el ritmo, fue una revolución.

--¿El fichaje de Rubén salió del olfato de Avelino Chaves?

--Yo aproveché toda la gestión de Sisqués y cuando entré cogí todos los informes de Avelino. Pudimos elegir a Dertycia, pero a mí no me convencía. Preferíamos un zurdo, además. Avelino tenía un olfato tremendo, aunque como buen gallego le costaba decidirse. Yo me aproveché de su sabiduría todo lo que pude.

--¿Tuvo sensaciones especiales en la final al ser un presidente tan joven?

--No tenía la sensación de haber escalado un castillo importante. Me preocupó más la logística para que todo el mundo pudiera ir a Madrid. Al Rey le dije que se hiciera una foto conmigo porque era difícil verme en otra igual.

--¿Quién quería que ganara?

--Ellos asisten por protocolo, aunque el Rey tuvo un detalle, cuando metimos el gol, de guiñarme un ojo. Felipe González me dijo: "Venís empujando, eh". Pero él se refería al aspecto político (su padre perteneció a la ejecutiva del PSOE fundacional).

--Tras hacer tantos cambios y de lograr un título para el Zaragoza, decidió marcharse. ¿Por qué?

--No me fui solo, nos fuimos todos. Quiero decir que no fue una rabieta. Ninguno de los que estuvimos en esa junta ha vuelto al fútbol. Antes de ser campeones, yo ya sabía que nos íbamos. Esta ciudad es muy complicada y la afición fue conducida por opiniones de los medios de comunicación contra nosotros. Fuimos atacados desde el principio por un sector importantísimo de la prensa. Eran muy agresivos, tanto que vi peligrar mi negocio al salir del fútbol. Y lo importante era mi negocio, yo del fútbol no sacaba ni un céntimo.

--Tras salir del Zaragoza, comenzó a coleccionar fotografías y recuerdos e incluso escribió un libro sobre la historia del club tras la conquista de la Recopa.

--Como presidente aprendí muchas cosas. Ignacio Paricio, por ejemplo, me informó un día de que habría que celebrar el 50 aniversario de Los Alifantes, el primer equipo del Zaragoza que jugó en Primera. Trajimos a todos y en la comida de homenaje me di cuenta de lo poco que sabía de la historia del Zaragoza. Me sentí mal, vacío. Y poco después, reflexionando, me di cuenta de que nadie se había dedicado en profundidad a la historia del Zaragoza. Había una persona, Pedro Luis Ferrer, que sí lo estaba haciendo, pero yo no lo sabía. Yo me fui metiendo poco a poco en recopilar historia y coincidió con el título de la Recopa. Sin saberlo, mi libro salió al mismo tiempo que el que sacaron Pedro Luis y Javier Lafuente.

--¿Esperaba que el fútbol diese este cambio con la llegada de las sociedades anónimas?

--Yo estaba convencido de que las sociedades anónimas funcionarían. Pero, claro, tal y como me las habían contado a mí. Yo firmé a favor pensando que la responsabilidad de los dueños iba a ser total. Ese fue el fallo de los políticos, que tenían que haber exigido que todos los años se cumpliera con las cuentas.

--Ha pasado momentos malos el Zaragoza, con una década oscura como la de los años 50. Ahora parecen los peores.

--En los 50 se estuvo peor deportivamente, pero económicamente no tenía nada que ver con esto. Algo se intuía, sobre todo desde que entró Agapito. Alfonso Soláns, por ejemplo, era aficionado al fútbol. Había sido presidente del Arenas, le gustaba. Él aglutinó una serie de amigos y lo hizo bien, a su manera pero bien. Luego, con Soláns hijo ya noté que no le gustaba demasiado el fútbol, que era más de esquiar y navegar. Aun así, estaba bien rodeado, con García Muniesa, Javier Paricio, Quique Ortiz, Lacasa...

--¿Y qué pensó cuando se lo vendió a Agapito?

--Lo que entiendo es que le metieron un embolado mortal. Lo metieron en una dimensión política y económica que no tenía nada que ver con lo que es el Zaragoza. Además, él pensaba que cualquier error económico iba a ser solventado fácilmente.

--¿Qué se puede hacer para reflotar el Zaragoza?

--Las soluciones pasan por ser austeros al máximo y que el capital social sea totalmente de la afición, que sea quienes apoyen al que está. Si fuéramos todos a una, yo me imagino que también nos ayudaría alguna institución. Hay fórmulas para tirar hacia delante, aunque habría que pasar una travesía del desierto durante unos cuantos años. Entre los futboleros de Aragón ha habido gente con olfato. Habría que empezar por ahí. Claro que hace falta arriesgarse, hay que cambiar una estructura entera.

--¿Ve necesaria la salida de Agapito Iglesias?

--Es fundamental. Si ahora, además, el Zaragoza solo le da problemas. Si no puede ir al fútbol ni en su casa. Lo que tiene que hacer es quitárselo de una manera ordenada. Tiene que buscar que esto no explote. Si metes gente que quiere hacerlo explotar, lo explota. Si empiezas a levantar alfombras y a abrir cajones, esto vuela por los aires y el juez esperando. Si se trata de salvar al Zaragoza por encima de todo, hace falta una salida ordenada y tranquila.