A esto es a lo que quizá se deba ir acostumbrando el Real Zaragoza esta temporada, especialmente en los partidos de La Romareda. Conforme ha ido avanzando la Liga, la consideración que la categoría está dando al equipo de Víctor Fernández es la de un grande. La consecuencia, la manera de afrontar las visitas al estadio municipal. Lejos de la altísima capacidad para manejar la posesión del Tenerife en el debut en la competición, aunque sin punch alguno, y de la alegría del Extremadura en pasajes concretos, el Elche y el Lugo han enseñado el camino pedregoso por el que tendrá que transitar el Zaragoza muchas veces en casa. Planteamientos muy defensivos, incluso con líneas de cinco, acumulación de hombres cerrando las zonas interiores, trabajando en el desgaste y la anulación de la creatividad de Kagawa y las líneas de pase de Eguaras. Limitación del espacio para correr de Luis Suárez y Dwamena a espaldas de los centrales y un claro objetivo: afear el encuentro, enredándolo, haciéndolo desagradable para el contrario y jugando muy bien ese otro fútbol, el de las pérdidas de tiempo y las triquiñuelas. El árbitro estuvo contemplativo. Y con enemigos como el Lugo, que además no es manco con el balón si su voluntad es jugarlo, que no lo fue esta vez de manera muy manifiesta.

Las fuerzas están muy igualadas en esta Segunda División y muchas veces el signo de un resultado se decide por un mínimo detalle. Ante el planteamiento conservador visitante, el Real Zaragoza volcó el partido en dirección hacia la portería de Varo. Delante suyo, Eloy Jiménez levantó un muro. Hubo remates, 25 en total, pero solo cuatro a puerta y realmente muy pocos nítidos y con claro aroma de gol. El equipo sufrió para encontrar espacios en medio de una telaraña de hombres y de una concentración opaca de piernas. Los 13 puntos de 15 posibles, unos extraordinarios 14 de 18 después de este empate, habían lanzado un mensaje de alerta en la Segunda División sobre la fortaleza aragonesa. Esta categoría está llena de trampas, de cepos. Hay días como este que se resuelven a través de la inspiración individual, de un chispazo de magia de un futbolista de calidad. No se produjo. Llegando a los dos meses de competición, Víctor Fernández se encuentra con esta primera dificultad: dar con un antídoto colectivo para este tipo de partidos tan enmarañados.